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EDITORIAL

Efectivamente, ganó la democracia

Esperanza Aguirre tuvo que aguardar casi hasta las once de la noche del domingo para ver confirmadas las encuestas que anunciaban la victoria del PP por mayoría absoluta. Tan apretado fue el recuento que Ruiz Gallardón y Carlos Mayor Oreja –presidente y vicepresidente primero en funciones de la Comunidad de Madrid–, en una lamentable y vergonzosa dejación de funciones, no se atrevieron a dar la cara y anunciar oficialmente los resultados parciales del recuento –tuvo que salir al "quite" Ana Mato– mientras éstos favorecían, al principio abrumadoramente, a la coalición tácita PSOE-IU. Sólo escrutado ya casi el 95 por ciento de los votos, Ruiz Gallardón anunció oficialmente en la Puerta del Sol que el PP había obtenido mayoría suficiente para gobernar, que poco después se amplió a los 57 escaños. Aun a pesar de que ha habido que repetir las elección apenas transcurridos cinco meses desde el 25-M y de que la climatología no era la más favorable para una jornada electoral, el porcentaje de participación ha sido alto (64,02 por ciento), y sólo ha bajado cinco puntos respecto del de mayo (69,27 por ciento), que rozó el récord de las últimas convocatorias desde 1991. Este dato demuestra que los madrileños eran conscientes de lo mucho que se jugaban

Cinco meses ha durado el "culebrón" político que puso en funcionamiento la deserción de Tamayo y Sáez. Un culebrón que tuvo su origen –no hay que olvidarlo– en la ya crónica crisis de la FSM por el reparto de puestos en las listas electorales, resuelta siempre en falso con el recurso a oscuros pactos y cambalaches entre las "familias" en disputa. En este marco, puede decirse que Simancas ha sido víctima de su propia ambición –estuvo dispuesto a entregar a IU, con sólo nueve escaños, los mismos que obtuvo el domingo, la gestión del cincuenta por ciento del presupuesto de la Comunidad de Madrid con tal de ser presidente–, de su soberbia y torpeza en la gestión de la crisis –no supo prever la reacción de los balbases, que sólo lo toleraban como "mal menor"–, de su rancia y anacrónica demagogia guerrista... y, sobre todo, de sus mentiras y de sus falsas acusaciones, respaldadas por Blanco y Zapatero y amplificadas con la inestimable ¿ayuda? del grupo PRISA y de algún otro medio despistado que colaboró en la fabricación de la famosa "trama inmobiliaria"; la cual, por cierto, finalmente resultó estar más bien en el seno de la FSM.

Así, la larga crisis de la Asamblea de Madrid ha quedado al fin cerrada este domingo. La comunidad más próspera y dinámica de España recupera la estabilidad institucional con la mayoría absoluta del único partido que podía ofrecer un programa de gobierno definido, compatible con el desarrollo futuro de Madrid y, sobre todo, sin desconocidas hipotecas dependientes de pactos postelectorales que, a buen seguro, hubieran reeditado el modelo Leguina-Mangada de "crecimiento cero" que paralizó durante muchos años la construcción de infraestructuras vitales para el crecimiento y desarrollo de Madrid. La mayoría absoluta –obtenida aun a pesar del afán de notoriedad de algunos grupos ligados a la derecha, que prefirieron hacer causa aparte en contra del interés general presentando su propia candidatura– le permitirá a Esperanza Aguirre devolver a los madrileños la confianza en sus instituciones y en sus políticos –habrá que estar pendiente de lo que sucede con Romero de Tejada–, que ha quedado muy tocada en estos últimos meses. Y quizá la mejor forma de hacerlo será el cabal cumplimiento de su programa electoral. Especialmente en lo que toca a la seguridad ciudadana –5.500 policías más–, a los impuestos –supresión del Impuesto de Sucesiones–, a la vivienda –incremento de la oferta de suelo urbanizable– o a la sanidad –reducción de las listas de espera en los hospitales.

No obstante, es la izquierda –especialmente el PSOE, que ha perdido los dos diputados que ha ganado el PP–, la que tiene que analizar con más atención los resultados del domingo. La experiencia de Madrid –la antesala de La Moncloa según el propio Zapatero– ha demostrado que los ciudadanos no se dejan engañar fácilmente por la demagogia, por el insulto, por los caramelos electorales como el transporte gratis o por el radicalismo izquierdista. El PSOE ha perdido el norte político y es incapaz de presentar un programa único que, al menos, no ponga en peligro la unidad y la prosperidad de España. En cuanto a IU, Llamazares ha emprendido una deriva antisistema que le lleva a pactar con quienes quieren romper España y a alabar a todo aquel liberticida que se proclame enemigo de EEUU y sus aliados. Los ciudadanos han tomado buena nota, gracias a Simancas, de lo que podría significar un gobierno de coalición PSOE-IU. Y han votado en consecuencia, por lo que, efectivamente, como reclamaba de modo particularmente cínico Simancas en su eslogan de campaña –el líder de la FSM no ha felicitado a Esperanza Aguirre por su triunfo–, ha ganado la democracia. Y no la demagogia, las mentiras y los insultos con los que Simancas –quien, por cierto, tampoco anunció su dimisión como sí lo hizo Almunia tras perder las generales de 2000– ahuyentó a sus propios votantes.

Zapatero todavía tiene una oportunidad de variar un rumbo que le lleva directamente al desastre el próximo marzo. Aunque quizá sea ya demasiado tarde: la inercia antisistema del último año –las pancartas del "no a la guerra" calcadas a palos y pedradas sobre las sedes y candidatos del PP, todo un ejemplo de "democracia" por cierto– de la mano de Izquierda Unida y, sobre todo, la pavorosa incompetencia de su equipo, son lastres demasiado pesados para rectificar, a tiempo de las Generales, la actual trayectoria del PSOE.


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