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EDITORIAL

Efecto dominó en Asia Central

Si la revolución kirguicia llega a buen puerto y el país no se desangra en una estúpida y estéril guerra civil, los demócratas tayikos, uzbecos e incluso chinos tendrán un nuevo y muy cercano espejo donde mirarse

El antaño bloque monolítico de repúblicas nacidas tras la descomposición de la Unión Soviética está resquebrajándose sin remedio. A la revolución naranja ucraniana de finales del año pasado, le están sucediendo violentas convulsiones en estados mucho más lejanos -tanto geográfica como culturalmente- pero con un denominador común: una larga historia compartida bajo el yugo soviético.
 
Dos repúblicas bastante desconocidas para el español medio, Kirguizistán y Tayikistán, acaban de celebrar elecciones. Al igual que en Ucrania, en las dos se han producido denuncias de fraude electoral. En Tayikistán las cosas no han pasado –por ahora- a mayores, en Kirguizistán, sin embargo, la masa se ha echado a la calle de un modo un tanto violento para exigir limpieza al ejecutivo del prorruso Aksar Akayev. El gobierno local de la ciudad de Jalalabad fue tomado a la fuerza por una turba desatada que se enfrentó a la policía. En la localidad de Osh la multitud se hizo por las bravas con varios edificios públicos y hubieron de ser los líderes de la oposición los que al final aplacasen la ira de sus partidarios pidiendo que cesasen los ataques. La insurrección no tardó en extenderse a la capital, Bishkek, desde donde el presidente ha terminado por huir junto a su familia a la vecina Kazajstán. Por el momento el país se debate entre la anarquía y las llamadas al orden desde las cancillerías occidentales que han aprovechado los sucesos, una vez más como en Ucrania, para pedir democracia y elecciones limpias.
 
Al margen de esta revolución espontánea del pueblo kirguicio, lo que se despacha en esta remota nación asiática es de considerable envergadura. Kirguizistán, a pesar de su reducido tamaño y de la ínfima renta de sus habitantes, no es un país cualquiera. Marca la frontera étnica y religiosa entre el cristianismo ortodoxo y el Islam y su situación estratégica es de vital importancia, no en vano se encuentra en el mismo centro geográfico de Asia. Los influjos democratizadores venidos no sólo de Ucrania sino de la cercana Afganistán se han dejado sentir con fuerza y es de prever que, más tarde o más temprano, toda la región termine por contagiarse. La apuesta personal de George Bush por exportar primero y promover después la democracia está dando más y mejores frutos de los esperados en un primer momento. Si un pueblo, por muy atrasado y oprimido que se encuentre, ve que la libertad está al alcance de su mano y viene firmemente apadrinada por una gran potencia no dudará en tomarla de inmediato. Si ha sucedido en Irak y Afganistán, donde han sido precisas dos intervenciones armadas, es del todo lógico que otras naciones se aprovechen del momento y de los nuevos aires que se insuflan desde Washington.
 
Las antiguas repúblicas asiáticas que formaron parte de URSS no han conocido la democracia más que nominalmente. Kirguizistán es un modelo casi perfecto de cómo un país que bien podría haber salido adelante en 1991 fue secuestrado por una camarilla de ex comunistas apoyados sin remilgos desde Moscú. La nueva Asia concebida por los estrategas del Kremlin adolecía, sin embargo, de un peligroso talón de Aquiles. No tuvieron en cuenta que, si las circunstancias son las adecuadas, la gente terminaría por decantarse por la opción lógica, que no es otra que la democracia liberal, único sistema conocido que aúna desarrollo económico y libertad política. Por esta vez y con el doloroso recuerdo de las jornadas de Kiev presente, Putin ha preferido mantenerse en un prudente segundo plano. Tal vez hasta en Rusia hayan visto que de esta oleada democratizadora muy pocos van a librarse. Si la revolución kirguicia llega a buen puerto y el país no se desangra en una estúpida y estéril guerra civil, los demócratas tayikos, uzbecos e incluso chinos tendrán un nuevo y muy cercano espejo donde mirarse.   

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