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EDITORIAL

El absolutismo de las minorías del Gobierno

Lo malo para el funcionamiento de la democracia en nuestro país no es que la mayoría que respalda un gobierno pertenezca a un solo partido; lo malo es que esa mayoría, ya esté integrada por uno o por varios partidos, pueda evitar que la oposición la fiscalice. Lo malo de los sistemas electorales que, como el español, no son mayoritarios es la dificultad que tiene cualquier partido de conformar una mayoría suficiente por sí solo para gobernar y, por el contrario, la facilidad con la que se ven abocados a depender de fuerzas minoritarias que lo son por nada bueno.
 
Lo malo es que la mayoría necesaria para gobernar, sea la misma que se requiere en el parlamento para fiscalizar al poder. Tener que depender de CiU no fue un freno para la corrupción del PSOE en tiempos de la mayoría simple de González, sino la razón por la que la nueva mayoría que los dos partidos sumaban sirviera de escudo a la fiscalización de ambos.
 
Ninguna de las dos fuerzas mayoritarias de nuestro país está interesada en denunciar las corrupciones de quien puede servir de comodín de su gobierno. ¿Es Carod Rovira un mal menor frente a lo que hubiera sido un gobierno por mayoría absoluta de Maragall? ¿Es peor una mayoría absoluta de Rajoy a que este tenga que depender de Coalición Canaria, no digamos ya de CiU? ¿Es, acaso, peor una mayoría absoluta de Zapatero a que tenga que agradecer su presidencia a quien se la debe el presidente catalán?
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