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EDITORIAL

El "alto el fuego" según la ETA

Nunca la ETA se había atrevido a tanto ni había deformado tanto el lenguaje. No sólo nos asesinan cuando pueden sino que, además, se burlan de nosotros.

Del comunicado que ayer martes hizo público la banda terrorista ETA se desprende que, para los asesinos, no ha cambiado nada sustancial en los últimos doce días. El atentado de Barajas era un simple aviso y la "tregua" anunciada la primavera pasada sigue vigente. Nada nuevo. La ETA siempre ha funcionado así. Sólo tiene un lenguaje: el de la violencia, y lo administra cuándo y cómo cree necesario. Sólo hay una negociación posible: la celebrada ante unos interlocutores que les den lo que ellos piden. Esto el Gobierno debería saberlo. O lo sabe ya desde que empezó a rendirse y ha estado mareando la perdiz durante meses por electoralismo de la peor especie. O no se estaba rindiendo a la velocidad que esperaban los terroristas, y éstos se han visto obligados a llamar la atención de Zapatero poniendo dos muertos sobre la mesa.

El programa de la ETA ha sido durante el último medio siglo de una claridad meridiana y bien puede resumirse en una sencilla frase: "o el Gobierno español accede a nuestras demandas o seguimos matando". Con un esquema tan fácilmente aprehensible, y tras cuatro décadas de crímenes, lo lógico sería que cualquier Gobierno sepa con quien se las está jugando. Los socialistas de Felipe González se dieron por enterados nada más llegar al poder y trataron de combatir el mal desde las alcantarillas, armando a una banda de asesinos a sueldo que dejaron el nombre de nuestras instituciones democráticas por los suelos. Aznar tuvo la tentación de pensar que él sí llegaría a un acuerdo óptimo para ambas partes, pero pronto entendió que con el terrorismo no se negocia, que al terrorismo se le derrota, pero, eso sí, con la Ley –garante primero de nuestra libertad– en la mano.

Zapatero, sin embargo, ha querido creer que esta vez sería diferente, que los del tiro en la nuca compartían sus "ansías infinitas de paz" y que el talante es contagioso hasta en los más abyectos criminales. Se ha equivocado, y el error de un iluminado lo han pagado con su vida dos inocentes en un salvaje atentado en el que la ETA ha demostrado su poder volando un aparcamiento en uno de los aeropuertos más concurridos del mundo. El certamen de piruetas verbales que ha sucedido al hecho ha sido antológico por ambas partes. Y tan disparatado que, tras el comunicado de ayer, no queda ninguna estupidez más por decir.

Para Zapatero el jarro de agua fría ha derivado en una macro operación propagandística a cargo de sus medios adictos en la que el presidente aparece como un incomprendido, como una víctima traicionada por los que no quieren la paz. Para la ETA los asesinatos de Barajas han vuelto a ponerla en el mapa de la infamia, un mapa del que había desaparecido en el año 2003, mucho antes de que Zapatero llegase al poder. Los terroristas inauguran de este modo un nuevo concepto de "alto el fuego" en el que atentan cuando quieren, con o sin víctimas, y si, desafortunadamente, sus recordatorios se cobran alguna vida, ellos no son responsables. Nunca la ETA se había atrevido a tanto ni había deformado tanto el lenguaje. No sólo nos asesinan cuando pueden sino que, además, se burlan de nosotros.

El lodazal en el que Zapatero se ha metido voluntariamente es tan farragoso que difícilmente podrá salir airoso de él. Ni las apresuradas gestiones de Rubalcaba tratando de deshacer en una semana lo que han tejido con esmero durante dos años valdrán de nada si no conceden a la ETA lo que pide. El problema es que el Gobierno no puede satisfacer semejante solicitud ni aunque estuviese deseando hacerlo. Zapatero, que ha dado alas a la banda durante demasiado tiempo calculando que, a la larga, esto le favorecería electoralmente, se encuentra ahora en una situación tan anómala como casi todo lo que está pasando en esta legislatura de locos. Un "alto el fuego" con muertos y cascotes. Zapatero ha empezado a recoger lo que ha sembrado mucho antes de lo que pensaba y es que, el que juega con fuego, inevitablemente se termina quemando.

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