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EDITORIAL

El balance de un gobernante fatuo que niega la realidad

La gestión de Rajoy este último año ha agravado algunos problemas y creado otros nuevos que amenazan la propia supervivencia de nuestra democracia.

Pocas veces el discurso autocomplaciente de un político en ejercicio ha estado más alejado de la realidad que el de Rajoy ayer ante los medios de comunicación. Las palabras del presidente del Gobierno en su balance anual tras el último Consejo de Ministros son propias de alguien que ha decidido negar la verdad y construir un relato favorable para consumo exclusivo suyo y de sus más fieles escuderos. No de otra forma puede entenderse que Rajoy soslayara los graves problemas políticos que atraviesa nuestro país o los desdibujara para presentar auténticos desastres como grandes éxitos de su mandato.

A pesar del triunfalismo de Rajoy, 2014 ha sido el año en el que los separatistas catalanes han culminado una importante etapa de su plan secesionista en régimen de impunidad, con la organización de una consulta ciudadana para destruir a la nación española. Si a eso le sumamos el continuismo de la política de Zapatero respecto a la banda terrorista ETA, que está sacando de las cárceles a algunos de sus miembros más sanguinarios, o los graves escándalos de corrupción que prácticamente a diario salpican la actualidad, resulta inaudito que el principal responsable de que todo esto suceda aparezca ante los medios de comunicación felicitándose por lo bien que va el país bajo su sabia batuta.

La consulta separatista del pasado 9 de noviembre es un jalón imperecedero en la ofensiva de los nacionalistas, que servirá ya para siempre como una referencia a partir de la cual culminar su proyecto contra la unidad de España. El Gobierno pudo haber evitado esa sedición de la Generalidad con las herramientas que la Constitución pone en su mano, pero prefirió contemporizar con esta rebelión de las autoridades regionales de Cataluña con el deterioro, ya irreparable, de la imagen del Estado en aquella comunidad autónoma. Rajoy, como siempre que ha surgido un problema de importancia, ha ido a remolque de las circunstancias incumpliendo su deber como presidente del Gobierno. Ayer insistió nuevamente en que es el primer defensor de la unidad de España y la soberanía nacional, pero cuando ha tenido ocasión de demostrarlo ha preferido no sólo mirar para otro lado sino, lo que es todavía más sangrante, premiar a los sediciosos con nuevas prebendas a cargo del resto de los españoles.

Las víctimas del terrorismo, la parte más doliente y noble del pueblo español, han vivido este 2014 como uno de los años más duros desde que los etarras dejaron de masacrar inocentes. La inacción de los poderes del Estado en esta catarata de excarcelaciones, cuando menos dudosamente legales, constituye una nueva ofensa que pone de manifiesto la falta de Justicia hacia las víctimas de la barbarie etarra. Rajoy, como Felipe VI en su discurso de Nochebuena, evitó hacer referencia a este asunto, tal vez porque no hay defensa posible para justificar la humillación continua que vienen sufriendo las víctimas del terrorismo, tan desamparadas hoy, sino más, como lo estuvieron durante los gobiernos de Zapatero y Rubalcaba.

La corrupción es otra de las grandes lacras que caracterizan la España actual, aunque el presidente del Gobierno prefiriera ayer dar por zanjado este apartado con la creación de una web de transparencia administrativa. El hecho de que su propio partido aparezca involucrado en alguno de los sumarios que más escándalo están provocando entre los ciudadanos no ha llevado al presidente del Gobierno y del PP a tomar medidas radicales, tal vez porque él mismo debería entonces asumir una importante responsabilidad política que va mucho más allá de la creación de una página web. Precisamente la continua sucesión de corruptelas entre la clase política ha sido el detonante para que una formación de ultraizquierda como la que abandera Pablo Iglesias haya irrumpido con fuerza en el panorama político. El partido de los profesores de la Complutense -y ex asesores de lo peor del totalitarismo hispanoamericano- ha capitalizado el descontento popular, exacerbado por la larga crisis económica y la falta de liderazgo de los partidos tradicionales para poner coto a los desmanes económicos de los que, en última instancia, ellos mismos resultan a menudo beneficiarios.

Pero la prueba de que la gestión del Gobierno en este año que ahora acaba ha sido, cuando menos, muy mejorable, la tiene el propio Rajoy en el reflejo que los estudios demoscópicos muestran sobre la aceptación del Partido Popular. La pérdida de apoyo entre los votantes que está sufriendo el PP es de una gravedad sin precedentes en un partido que está en el Gobierno. Evidentemente todavía hay tiempo para que el PP levante el vuelo en los sondeos electorales, pero sus expectativas en feudos otrora inexpugnables como Madrid y Valencia son para echarse a temblar. Sin embargo, tampoco esta circunstancia parece hacer mella en el rechazo berroqueño de Rajoy a hacer política. Con muchas de las autonomías y ayuntamientos importantes en el aire, en los que el PP se juega seguir gobernando, Rajoy todavía no considera que haya llegado el momento de designar a los candidatos a fin de que empiecen a recuperar a su electorado, una tarea ímproba que necesitará mucho tiempo y esfuerzo. El malestar entre los dirigentes locales del PP es clamoroso, aunque el temor a quedar fuera de las listas les impida denunciar públicamente la inmovilidad granítica del líder de su partido que tanto les está perjudicando.

La gestión de Rajoy al frente del Gobierno y el PP en este último año ha agravado algunos de los problemas que ya existían y provocado el surgimiento de otros nuevosesafíos que ponen en riesgo hasta la propia supervivencia de nuestra democracia. El próximo año es crucial porque, tras las citas electorales que van a tener lugar, probablemente surja un mapa político enteramente nuevo. La incapacidad de Rajoy para acometer con decisión los graves problemas de Estado, combatir el cinismo de los extremistas y liderar una regeneración democrática sincera nos sitúa ante un panorama de incertidumbre del que dependerá la propia existencia de nuestra Nación tal y como la hemos conocido hasta ahora.

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