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EDITORIAL

El desafío de Boko Haram

Si realmente existe un islam moderado, es precisamente ahora cuando debe tomar las calles y exigir el cese del horror; es ahora cuando debe denunciar a esta jauría de sádicos.

Además del terrible drama que supone para las víctimas y sus familias, el secuestro de más de 200 niñas por el grupo terrorista islámico Boko Haram puede servir para clarificar algunos aspectos que, últimamente, parecen un tanto olvidados en las cancillerías y los medios.

El primero es el fanatismo salvaje de estos movimientos terroristas que son capaces de las peores crueldades. El islamismo, representado por Al Qaeda, sus grupos satélites u otros elementos, sigue siendo una amenaza muy importante ante la que Occidente debe mantenerse vigilante y activo, especialmente en el Sahel, el Sáhara y zonas vecinas, donde la huella de los Estados es muy difusa o directamente inexistente.

Esto debería ser también un mensaje para los apóstoles de la apertura total de fronteras: más cerca de lo que parece tenemos grupos de un fanatismo difícil de concebir y muy difíciles de combatir, que no sólo practican el terrorismo sino que están implicados en tráficos ilegales de todo tipo, empezando por los de drogas y seres humanos. ¿Se es consciente de la amenaza que representan?

También merece una seria reflexión el papel de las autoridades islámicas, cuya tibieza declarativa ente el caso de las niñas nigerianas produce bochorno, sobre todo cuando se compara con episodios recientes y muy menores que les han hecho arder de indignación. Tampoco las sociedades de esos países se están caracterizando por unas movilizaciones de rechazo y repulsa contundentes.

Si realmente existe un islam moderado, es precisamente ahora cuando debe tomar las calles y exigir el cese del horror; es ahora cuando debe denunciar a esta jauría de sádicos. Si no lo hace, habrá que concluir que no existe o algo mucho peor, que son socios de los criminales.

Si es preocupante la respuesta en los países musulmanes, más lo es todavía la que se está dando en Occidente, donde la hipocresía y el buenismo más inane han llegado a unas cotas incalificables: sirva como ejemplo extremo la foto de Michelle Obama con el cartel de 'Traigan de vuelta a nuestras niñas'. ¿A quién se dirige con ese 'traigan'? ¿A su marido, que no ha hecho sino retirar tropas de lugares como Irak y Afganistán, para alborozo de los colegas ideológicos de Boko Haram, y que no mueve un dedo para poner fin a la carnicería siria?

Que un ciudadano de a pie crea o quiera pensar que con una imagen en Twitter y una firma electrónica ya ha hecho todo lo que puede y debe para solucionar un problema así es patético, pero que hagan lo mismo Michelle Obama o David Cameron es insultante.

Los terroristas de Boko Haram no sólo están retando al Gobierno de Nigeria: su órdago es global, y no se le hace frente con campañitas sensibleras y lágrimas efectistas, sino plantando cara y pagando el precio implícito en ello.

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