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EDITORIAL

El falso e hipócrita triunfalismo de Rajoy

La economía avanza a pesar de Rajoy, no gracias a él. Por ello, el presidente no tiene méritos que atribuirse ni medallas que colgarse.

Mariano Rajoy ha empleado el último Consejo de Ministros del año para lanzar las campanas al vuelo y atribuirse méritos que no son suyos, aprovechando el favorable viento de la recuperación en beneficio propio, consciente de que es la única baza que posee de cara a las importantes citas electorales del próximo año. El presidente del Gobierno ha centrado su medido discurso en destacar el crecimiento que está experimentando el PIB, la esperanzadora creación de empleo, el repunte del consumo interno, los primeros síntomas de reactivación del crédito e incluso el fin del ajuste inmobiliario para transmitir que lo peor de la crisis ha quedado atrás y, de hecho, se avecina un 2015 "muy bueno", siempre y cuando se mantenga la depreciación del euro y la caída del precio del petróleo. Y ello, negando en todo momento que se trate de un mensaje "triunfalista", ya que el PP "nunca" ha engañado a los españoles, o que su Gobierno haya caído en la contraproducente complacencia.

Su balance de fin de año, sin embargo, no puede ser más falso e hipócrita. Es evidente que la economía nacional lleva un año y medio creciendo tras sufrir una larga y agónica recesión y que, por fin, se está creando empleo, lo cual es muy positivo, sin duda. Sin embargo, la recuperación de España se sigue sustentando sobre bases frágiles y endebles, de modo que su evolución no depende tanto de las fortalezas propias como del devenir ajeno. Las expectativas económicas para 2015 han mejorado gracias al descenso del crudo y las nuevas medidas del BCE para debilitar el euro, pero la debilidad que sufre la economía europea o el estallido de una nueva tormenta financiera podrían revertir de inmediato esa benigna estimación, trayendo de vuelta los nubarrones del pasado. Es decir, el problema de fondo es que España no depende de sí misma, lo cual ya es preocupante de por sí.

Por otro lado, el país sigue registrando graves problemas estructurales que el Gobierno se niega a corregir. Prueba de ello es que el déficit exterior está aumentando de nuevo como consecuencia del repunte del consumo interno, lo cual significa que la estructura productiva se asienta aún sobre las ruinas de la burbuja inmobiliaria y, por tanto, no ha cambiado lo suficiente en los últimos años como para generar empleo de forma rápida e intensa. Además, el déficit público continúa siendo muy elevado y la deuda avanza sin freno hacia el fatídico umbral del 100% del PIB, al tiempo que los costes fiscales, energéticos y laborales se sitúan entre los más altos del mundo desarrollado.

El problema de fondo es que el Ejecutivo se ha empeñado en mantener una estructura estatal sobredimensionada, a costa de sangrar con impuestos a familias y empresas, sin acometer las profundas reformas estructurales que precisa el país para atraer inversión, mejorar de forma sustancial la competitividad y garantizar la sostenibilidad y eficiencia de los servicios públicos. El único mérito del PP digno de tal nombre se limita a la tímida reforma laboral aprobada en 2012. En este sentido, Rajoy olvida que si la economía crece y crea empleo es gracias, exclusivamente, al inmenso esfuerzo que ha realizado el conjunto de los españoles para reducir sus abultadas deudas y recomponer sus balances, apretándose el cinturón e incrementando su productividad, y no a la acción del Gobierno. Es decir, la economía avanza a pesar de Rajoy, no gracias a él. Por ello, el presidente no tiene méritos que atribuirse ni medallas que colgarse, puesto que su política económica y fiscal ha consistido, sencillamente, en disparar los impuestos y en mantener el brutal peso del Estado más o menos intacto, haciendo lo mínimo e indispensable para que siga todo igual.

De hecho, lejos de corregir los defectos y desequilibrios que aún acumula el país, Rajoy ya se ha instalado de lleno en la complacencia y en el populismo de cara a las elecciones de 2015, como bien demuestra la simbólica subida del salario mínimo interprofesional, el aumento de las pensiones o las nuevas facilidades de financiación a las comunidades autónomas para incrementar el gasto de forma generalizada el próximo ejercicio, con el objetivo de frenar el histórico desgaste electoral del PP. En definitiva, a Rajoy le sobran triunfalismos y la atribución de méritos ajenos, y le ha faltado responsabilidad, convicción y valentía para hacer lo que debía contra la crisis, gustara o no.

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