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EDITORIAL

El fracaso de los euro-mentecatos

Con su rechazo a una Unión carente de legitimidad democrática y gobernaba por un sindicato de burócratas nombrados a dedo, los irlandeses apuestan por mantener un modelo económico libre, flexible y abierto al exterior

tInmunes a las amenazas de los principales políticos del país, los medios de comunicación y las organizaciones empresariales, los ciudadanos de Irlanda optaron el viernes por mantener su independencia frente al super-Estado europeo representado por el tratado de Lisboa. Con su rechazo a una Unión carente de legitimidad democrática y gobernada por un sindicato de burócratas nombrados a dedo, los irlandeses apuestan por mantener un modelo económico libre, flexible y abierto al exterior, caracterizado además una presión fiscal envidiablemente baja. Pese a la crisis inmobiliaria y la ralentización de su economía, la mayoría entiende que la solución a sus problemas no está en la actual política del Banco Central Europeo o en la subida de los impuestos que conllevaría la asunción de los compromisos del nuevo tratado.

El pueblo irlandés ha ignorado las vergonzantes intimidaciones de José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea, y ha preferido quedarse en casa o escuchar los eslóganes del frente amplio Libertas, organizado por un joven empresario de las telecomunicaciones criado en Gran Bretaña: "La nueva UE: no te verán, no te escucharán, no hablarán por ti" y "Lisboa: más impuestos, menos libertad". En el "no" también han pesado la postura contraria al tratado del marginal Sinn Fein, el temor de los agricultores a perder los fondos de una política agraria común que les ha hecho directamente dependientes de los designios de Bruselas, y la preocupación de quienes no desean que la tradicional neutralidad del país o su postura contraria a la liberalización del aborto cambien sin consultarles. En definitiva, el resultado del referéndum es un esperanzador, empero variopinto, grito de libertad frente a una UE cada vez más alejada de las preferencias y los intereses reales de los ciudadanos.

La situación se complica para el presidente francés Sarkozy, que anhela una rápida aprobación del tratado por parte de lo parlamentos de los 27, o para el cada día más impopular premier Gordon Brown, a quien la opinión pública exige detener de inmediato la ratificación parlamentaria y convocar un referéndum, tal y como él y su partido prometieron hace tres años. Algo parecido debería hacer Rodríguez Zapatero, cuyo extravagente euro-entusiasmo nos podría sumir en un nuevo euro-ridículo.

Así las cosas, los líderes de la UE tienen dos opciones: seguir adelante y encontrar alguna triquiñuela que permita sortear el "no" irlandés, una opción que desprestigiaría aún más a la clase política europea, o retrasar los planes de federalización hasta que éstos cuenten con la aprobación del pueblo. A este respecto, las encuestas realizadas en Francia, Gran Bretaña, Holanda, Dinamarca y Suecia demuestran que si referendos como el irlandés se celebrasen en esos países, el rechazo al tratado de Lisboa sería allí aún mayor que el registrado en la Isla Esmeralda.

Por lo que respecta a España, la falta de debate en los dos grandes partidos y la falaz y airada reacción de la mayoría de los medios de comunicación, que va de la desinformación (contrariamente a lo que dicen algunos, el primer ministro de Irlanda no contempla la celebración de un segundo referéndum) a la afrenta a un pueblo al que se ha llegado a acusar de oportunista y parásito, es simplemente lamentable. Los euro-fanáticos acomplejados deberían saber que la prosperidad alcanzada por los irlandeses no se debe al dinero de la UE, empleado en su mayor parte en la agricultura, sino a unas reformas económicas únicas en el continente y que deberían servir de ejemplo a países como el nuestro.

Menos manipulación y más información, esto es lo que conviene a los euro-mentecatos de todos los partidos. Otra Europa, más libre, próspera y democrática, es posible. No se enteran.

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