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EDITORIAL

El gigantito con pies de barro y los alfeñiques

Este fin de semana ha sido, en resumidas cuentas, un fiel reflejo del calamitoso estado de la política nacional, que apenas deja resquicio a todo lo que no sea indignación o desconsuelo.

Tanto el Congreso del Partido Popular como la Asamblea General de Podemos, celebrados ambos este fin de semana, han transcurrido como cabía esperar, no ha habido la menor sorpresa y todo ha salido a pedir de boca de los respectivos aparatos y de los caudillos que los manejan a su antojo, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias.

El del Partido Popular ha sido el congreso de la inanidad, de la obsecuencia infinita al inverosímil líder indiscutido por tanto trepa y tanto pusilánime que sin embargo en los oscuros pasillos se las da de ogro insobornable. Un congreso anodino, sin perfiles, del partido de la inercia y de la nada ideológica, que exhibe una satisfacción estupefaciente cuando se repara en que ha perdido tres millones de votos en cinco años y semeja incapaz de volver a gobernar con mayoría absoluta ya no en España, sino en las comunidades y ayuntamientos más importantes.

Este Partido Popular no se parece en nada al Partido Popular de los años 90, dinámico, combativo, en no pocas ocasiones intelectualmente estimulante, cuyo influjo se hizo notar incluso en Europa. Un PP que quería decidir y dejar huella. Este PP no: este PP quiere, más que gobernar, estar en el poder, y confiar en que los demás no levanten cabeza para seguir ahí, desperdiciando ocasiones extraordinarias para acometer las empresas y reformas que necesita España. Y pretende encima que la sociedad y hasta la Historia se lo agradezcan...

Para satisfacción de Rajoy, en Podemos también se ha impuesto el aparato, en manos de los secuaces del untuoso Iglesias. Podemos sale de Vistalegre con la radicalidad subida, en manos de personajes que parecen diseñados por el inefable Pedro Arriola para mantener en la Moncloa a su espléndido –sobre todo en la remuneración– jefe, ese gigantito con pies de barro que tiene la tremenda suerte de medirse con auténticos alfeñiques.

Este fin de semana ha sido, en resumidas cuentas, un fiel reflejo del calamitoso estado de la política nacional, que apenas deja resquicio a todo lo que no sea indignación o desconsuelo.

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