Ni Luigi Comencini, director de un largometraje italiano de los setenta que llevaba por título “El gran atasco”, hubiese imaginado un tapón tan caóticamente perfecto como el que anteayer se produjo en las salidas de la capital. El tradicional puente de mayo, que en Madrid cuenta con un día más gracias a que es festivo en la Comunidad el día 2, colapsó el viernes todas las autovías de salida de la ciudad más grande de España. No se salvó ni una. La agonizante procesión de automóviles parados era, a media tarde, la estampa única en las seis autovías radiales que parten de la Puerta del Sol y, en más de una, se internaba en las Comunidades Autónomas adyacentes.
La Comunidad de Madrid cuenta con un gran parque móvil y su impacto sobre el tráfico es por lo habitual decisivo en cuanto llegan días festivos y los madrileños deciden pasarlos en la playa. Si a estos dos elementos se le añade que el tiempo es excelente todo hacía pensar que los accesos se iban a atascar. Y no sólo se atascaron sino que durante muchas horas fue completamente imposible salir de Madrid por carretera. El sábado por la mañana aún continuaban algunas retenciones y la madrugada registró un tan anormal como denso tráfico en las mismas carreteras. Hace unos meses, con motivo de una de las olas de frío que barrieron la península durante el invierno, se produjeron severos atascos en las autovías del norte debido a la nieve. La imprevisión entonces fue muy similar. Nadie se hizo cargo hasta que empezaron a aparecer por televisión automovilistas tiritando en mitad de la provincia de Burgos o familias enteras que habían pernoctado en un polideportivo. A tanto llegó el escándalo que, en su balance del primer año de Gobierno, Zapatero afirmó seguro que el único borrón que recordaba era el de la pésima gestión de los atascos invernales.
Con los primaverales ha sido diferente. Desde León, donde se encuentra de visita oficial, el presidente no ve motivos para que nadie en su Gobierno se preocupe. La culpa es de lo imprevisibles que son los conductores y del buen tiempo. Que la gente pasa las vacaciones donde le viene en gana sin informar previamente al Gobierno es algo que Zapatero debería tener en cuenta, y que a primeros de mayo suele hacer buen tiempo es algo tan obvio como que los temporales de nieve se ceban con la meseta norte. No vale con escudarse en el impredecible comportamiento de unos y en las bondades o maldades del otro. La Dirección General de Tráfico tiene la obligación, sí, la obligación, de prever cuándo y dónde se va a formar una retención y actuar en consecuencia antes de que se produzca y queden miles de conductores varados en el asfalto. Y eso cuando ya no queda más alternativa que poner un rápido remedio a lo inevitable. El Estado, en el medio plazo, posee otro arma muy efectiva para que la circulación sea fluida: las infraestructuras, y es aquí donde el Gobierno Zapatero no da la talla ni parece que vaya a darla en los años que le quedan al frente de la presidencia.