No pocos analistas quisieron ver el pésimo resultado de CiU en las pasadas elecciones como una derrota del independentismo, pero los hechos están demostrando que, lejos de ser eso cierto, el panorama que se presenta en Cataluña en los próximos años es más que preocupante.
Y es que tras el anuncio de ERC, que ya admite que supedita el acuerdo con los de Mas a un único punto programático, la convocatoria del referéndum independentista, parece claro que el Parlamento y la política catalanas estarán dominados por un polo abiertamente partidario de la secesión y que cuenta con una holgadísima mayoría de más de 70 escaños. Un anuncio que desvanece por completo, si es que quedaba algún resquicio de duda, el espejismo de que CiU iba a modular su apuesta independentista tras el resultado electoral.
Como también parece cada día más claro que la apuesta de Mas y la mayor parte de la cúpula dirigente de Convergència no es un mero farol para negociar el pacto fiscal, sino un movimiento de fondo de consecuencias muy difíciles de calibrar.
A estos efectos, no es relevante que ese corrimiento al independentismo se deba a los problemas políticos de CiU por los recortes, a los casos de corrupción que afectan a algunos de sus dirigentes, a verdaderas convicciones o a una mezcla de todo lo anterior: el hecho es que se ha producido y tiene muy difícil vuelta a atrás.
En el camino han quedado las pretensiones moderadoras tanto del PP como del PSC, que se han quedado en ambos caso compuestos y sin pacto, pese a lo rápidamente que se ofrecieron a acompañar a los convergentes en un retorno al seny que, al parecer, no estaba en los planes de Mas y los suyos.
Finalmente, el resultado de las elecciones no es otro que el que dictaban los números y algunas voces anunciaban, pese a que muchos se negaban a verlo: los independentistas confesos tienen una holgada mayoría en el Parlamento autonómico y un programa político con un único punto: dar pasos, ahora sí, hacia la independencia.