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EDITORIAL

El legado económico de Aznar

La política económica “por el lado de la oferta” –desregulaciones, privatizaciones, liberalizaciones y disminución de la carga fiscal– probó su éxito en EEUU –Laffer fue asesor del presidente Reagan– y en el Reino Unido de Margaret Thatcher, con los resultados de todos conocidos: EEUU salió de una década de estancamiento y volvió a ser la primera potencia económica. En cuanto al Reino Unido, superó la larga decadencia que venía arrastrando desde la posguerra mundial para convertirse en una de las economías más prósperas y dinámicas del mundo. No obstante, Ronald Reagan y su sucesor, George Bush padre, cometieron un error: dejar que el déficit público alcanzara cotas insostenibles que, al final, acabaron pasando factura en forma de una severa recesión. En cuanto a Thatcher, el error que le costó el cargo fue más bien político: obstinarse en implantar el poll tax (un impuesto de capitación que sustituiría a los gravámenes de los ayuntamientos) con la oposición de una amplia mayoría de británicos que lo consideraba injusto, pues todos los ciudadanos, independientemente de su nivel de renta o riqueza, tributaban la misma cuantía.
 
Puede decirse que Aznar y su equipo –principalmente Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro– ya habían aprendido de los aciertos y los errores de los anglosajones cuando llegaron al poder en 1996. Pedro Solbes, el último ministro de Economía de los gabinetes de González, ya había encarrilado la economía española por la senda del ajuste y de la austeridad presupuestaria, con el objeto de acercar a España a la moneda única. Pero el equipo de Aznar supo convertir esa necesidad en virtud y, al mismo tiempo, convencer a la mayoría de los españoles de que no podíamos permitirnos el lujo de no ser virtuosos una vez dentro del euro, pues las cifras de paro, de inflación y de endeudamiento público amenazaban con llevarnos al estancamiento y alejarnos casi definitivamente de los estándares de desarrollo y de bienestar de nuestros socios europeos. Así, el pretexto de la moneda única para sanear las finanzas públicas, unido a las exigencias de la Comisión Europea en materia de privatizaciones, desregulaciones y liberalizaciones, ha sido tanto o más beneficioso para la economía española como la propia estabilidad cambiaria, los bajos tipos de interés y el mercado único.
 
Quizá la prueba más elocuente es que hace apenas ocho años, para que la economía española empezara a crear empleo, eran precisas tasas de crecimiento cercanas al cuatro por ciento. Y crecimientos por debajo del 3 o del 2,5 por ciento implicaban sistemáticamente destrucción de empleo, sin que cupiera soñar en equilibrar las cuentas públicas algún día. Hoy, la economía española crea empleo con tasas de crecimiento inferiores al dos por ciento, cuando nuestros socios europeos, especialmente Francia y Alemania, que abandonaron la misma ortodoxia que hace apenas unos pocos años predicaban y exigían para formar parte de la moneda única, se debaten entre el estancamiento y la recesión, incumpliendo los principales criterios –déficit público y endeudamiento– de la moneda única.
 
Tan evidente ha sido el éxito de España –casi cinco millones de nuevos empleos unidos a un espectacular incremento de la renta de los españoles en los últimos ocho años (más de un 25 por ciento)– perseverando en la ortodoxia económica y en la austeridad presupuestaria –la Ley de Déficit Cero–, que Cristóbal Montoro pudo anunciar en el Debate de Presupuestos que este ejercicio se cerrará con superávit. Y que el próximo también se cerrará con déficit cero, con rebajas de impuestos y sin dejar de atender el llamado “gasto social” Un éxito que reconocen Pedro Solbes y la Comisión Europea, señalando a España como una isla de prosperidad relativa –“crecimiento aún robusto” en medio de un panorama europeo de incremento del déficit público y de crecimiento raquítico.
 
Hace ya más de diez años que tuvieron lugar aquellos dos debates donde Felipe González y José María Aznar midieron sus armas ante los espectadores de Antena 3 y de Tele 5. Y fue en el segundo, emitido por Tele 5, donde José María Aznar intentó explicar ante la audiencia –con escaso éxito por cierto, pues, según la opinión mayoritaria, ganó González– uno de los principales fundamentos de la Hacienda Pública: el exceso de cargas fiscales deprime la actividad económica, alienta el fraude fiscal, fomenta la economía sumergida y, en consecuencia, la recaudación, en lugar de aumentar, disminuye. Este principio, ya conocido sobradamente en el mundo clásico –se dice que la máxima favorita del emperador Tiberio era que un buen pastor debe esquilar a sus ovejas, no desollarlas; y de hecho el reinado de Tiberio fue una de las épocas más prósperas del Imperio Romano–, es conocido hoy como “efecto Laffer” o “curva de Laffer”. Quizá el error que cometió Aznar en su exposición fue perderse en tecnicismos que sonaban a chino a la mayoría de los espectadores. Pero tan sólo fue un error en la exposición, no en la esencia.
 
Cerrada la que podría llamarse “era Aznar” con la presentación de sus últimos Presupuestos, puede decirse que su legado económico es probablemente el más positivo que ha conocido España en al menos un siglo, si acaso con la posible excepción de la década de los sesenta. No obstante, aún quedan para Mariano Rajoy, en el caso –probable– de que gane las próximas elecciones generales, suficientes asuntos pendientes de no poca importancia para el crecimiento económico futuro: por ejemplo, la reforma laboral, abortada inexplicablemente por el propio Aznar; la liberalización del suelo y la reforma a fondo del mercado de alquileres, especialmente en lo que toca a la seguridad jurídica –algo de esto ya se ha hecho, en lo concierne a la agilización de los trámites de deshaucio por impago–; seguir reduciendo la carga financiera del Estado –el servicio de todavía representa una parte sustancial del Presupuesto–; acabar con la competencia desleal y los gigantescos déficit de RTVE... Rajoy no puede ni debe dormirse en los laureles de su antecesor, pues todo lo que no progresa, acaba por menguar. Y haría muy bien en conservar en su equipo a quienes han hecho posible el milagro de, en apenas ocho años, convertir una de las economías más ruinosas de Europa en un modelo de prosperidad y buena gestión.

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