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EDITORIAL

El "olímpico" desprestigio de la España de ZP

Madrid, como ciudad candidata, tenía, por lo demás, todos los deberes hechos

Por lo visto, no hay que hacer una lectura política del fracaso de la candidatura madrileña a los juegos olímpicos de 2012. Por lo visto, nada tiene que ver con la política los procesos de selección y las votaciones para la designación de las sedes olímpicas. Por lo visto, ninguna actividad política iban a desempeñar en Singapur presidentes y primeros ministros como Blair, Chirac o Zapatero.
 
Pues bien. Por nuestra parte, no tenemos empacho en admitir que la nuestra se dispone a ser una “políticamente incorrecta” valoración política de lo ocurrido y que, desde luego, se va a centrar en la, por lo visto, impronunciable pérdida de prestigio internacional de nuestro país desde que lo preside José Luis Rodríguez Zapatero; un desprestigio que, por supuesto, afecta, como a cualquier otro, al mundo del deporte.
 
Habrá quien tilde de poco “patriótica” nuestra postura, pretendiendo, tal vez, que la bandera de España amordace, en estos momentos de “lamento nacional”, las críticas que bien merece nuestro gobierno en este asunto; un gobierno que no tiene empacho, sin embargo, en tener como socios de legislatura a quienes consideran esa misma bandera como “la del enemigo”, y que han pedido a ETA, hasta por escrito, que, cuando atente, “mire al mapa”, porque “Cataluña no es España”. Estos socios de ZP, que también han dejado sorprendido al mundo del deporte en el ámbito internacional cuando solicitan selecciones deportivas propias al margen de la española, son los mismos que han boicoteado pública e internacionalmente la candidatura madrileña en favor de sus competidoras.
 
¿Qué ha hecho, por otra parte, ZP en Singapur, salvo el asegurarse de salir en la foto en caso de victoria o, en caso de fracaso, hacer amalgama con dirigentes que, como Gallardón, Aguirre o la propia Reina, no se les puede reprochar nada, pues todos ellos han estado a la altura de sus responsabilidades?
 
Mientras dirigentes como Chirac o Blair -este último con persuasión y acierto- han tenido una extenuante agenda de reuniones con influyentes y decisivos representantes del mundo del deporte, Zapatero, con imprescindible traductor a cuestas, apenas se ha molestado en encontrar a alguien relevante que estuviera interesado, a su vez, en hablar con él.
 
Madrid, como ciudad candidata, tenía, por lo demás, todos los deberes hechos. En dotaciones deportivas, infraestructuras, comunicaciones y apoyo popular, Madrid se adelantaba incluso al resto de candidatas. Sólo un barato oportunismo –ese sí- podría reprochar ahora la inversión y la decida apuesta de Gallardón y Aguirre, tras no lograr una designación sin la cual ahora no resultarán tan rentables. Madrid era, además, entre las candidatas, la única ciudad, junto a Nueva York, que nunca ha celebrado unas olimpiadas, con la diferencia que en EE UU ya se han celebrado cuatro, siendo la más reciente, la de Atlanta hace escasos nueve años.
 
No vamos a negar –todo lo contrario- la influencia de la insidiosa intervención del Príncipe de Monaco, al preguntar por la seguridad que, frente al terrorismo, ofrece Madrid. Sin duda, ha sido una puñalada en forma de pregunta que París ha asestado a la candidatura madrileña utilizando a este príncipe de ópera bufa de intermediario. Y eso que Francia iba a ser la gran aliada de nuestro país, con el giro dado por ZP a nuestra política exterior.
 
El colmo del surrealismo sería, además, ver ahora a los españoles indignados con Alberto de Mónaco, mientras nos mostramos indulgentes con un presidente que tiene como socio de gobierno a quien pone a Madrid en la diana de ETA al pedir treguas en exclusiva para Cataluña. Gallardón ha estado sobrado de reflejos al endosar, rápidamente, la pregunta a ZP, pues sólo el presidente sabe los tejemanejes que se lleva con los terroristas en su intención, no de derrotarlos, sino de apaciguarlos.
 
Ciertamente, todas las ciudades que aspiraban al puesto pueden ser sacudidas por el terrorismo islámico. Nueva York, sin ir más lejos, sufrió una matanza todavía mayor que la perpetrada en Madrid el 11-M. Pero lo que diferencia a los gobiernos y a las garantías que ofrecen, es su reacción ante ese zarpazo y ante esa amenaza.
 
Los españoles no queremos reconocerlo, pero por lo que más se conoce internacionalmente al presidente de nuestro gobierno es por su reprobada actitud ante el terrorismo. Zapatero ha sido públicamente elogiado por todas las organizaciones terroristas islámicas; factor que, por mucho que no se quiera reconocer, posibilitaba a Alberto de Mónaco a hacer esa impropia pregunta, que jamás se habría atrevido a hacer al representante político de Estados Unidos.
 
Tenemos a un presidente de gobierno –caso único en el mundo- que no tiene claro si el país que gobierna es o no una nación, mientras apoya su legislatura en formaciones políticas que consideran a nuestro país como su enemigo y que han hecho público su boicot a la capital española. Y, sobre todo, tenemos una clase periodística que, con excepciones, se pone la venda en los ojos ante los efectos que todo esto pueda tener en una designación olímpica que Madrid, como ciudad, merecía como ninguna otra.

En España

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