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EDITORIAL

El Papa vuelve a casa

En tiempos de mudanza y de zozobra espiritual como los que vivimos, un referente moral como Ratzinger es necesario

Hace unos días, un corresponsal en el Vaticano del rotativo turinés La Stampa decía del Papa Benedicto: “Se mueve con paciencia, prudencia y delicadeza, pero se mueve y hace mucho más de lo que percibimos”. Así han sido los cien primeros días de Pontificado de un Papa a quien su predecesor le ha dejado el listón muy alto. A su ritmo, como buen alemán, de manera pausada, metódica y juiciosa, Benedicto XVI ha comenzado a dar las primeras pinceladas de un papado que ya empieza a ser conocido en los círculos religiosos como el papado de la Paz. En esencia, y no es poco, el Papa Ratzinger ha continuado con la labor iniciada por Juan Pablo II. Los ejes que se ha marcado giran en torno al ecumenismo, al diálogo entre religiones, a la evangelización de un occidente que transita por el laicismo y, sobre todo, a la búsqueda de un mundo que viva en paz.
 
La vigésima Jornada Mundial de la Juventud que dio comienzo ayer en la ciudad de Colonia va a ser el bautismo de fuego del nuevo Papa y su primer baño de multitudes. Es la primera vez que Joseph Ratzinger viaja a su país natal desde que fue elevado a la cátedra de San Pedro y es su debut personal ante el numeroso público que suele congregarse en las jornadas juveniles que nacieron al calor del anterior Papa, entusiasta convencido de el poder de los jóvenes. Las autoridades alemanas han previsto una ingente afluencia de peregrinos –en torno a 500.000-, la mayor parte jóvenes llegados de todo el mundo atraídos por el singular magnetismo que, desde Wojtyla, tiene el Santo Padre para los católicos que no pasan de la veintena. El poder de convocatoria de Benedicto XVI ha quedado fuera de toda duda. Es un Pontífice querido por su Iglesia tal y como podía verse ayer en las riberas del Rin, pobladas por miles de jóvenes jaleando la barcaza en la que el Papa realizó un pequeño recorrido hasta la célebre catedral de la ciudad.
 
El hombre que antes de ser Papa era la eminencia gris del Vaticano se ha revelado como un Padre sereno en la forma pero contundente en el fondo. Confía en el poder de su mensaje y en su comunidad que es, en última instancia, la encargada de transmitirlo. Su fuerza radica en el vigor de sus argumentos, en su sólida formación teológica y en lo claras que parece tener las cosas. En tiempos de mudanza y de zozobra espiritual como los que vivimos, un referente moral como Ratzinger es necesario. Así lo han entendido cientos de miles de jóvenes, entre los que se encuentran muchos llegados desde España. Una generosa embajada de la juventud católica europea que se ha acercado hasta la vieja capital de Renania para estar cerca de su Papa y recibir un mensaje que siempre va cargado de esperanza. Tras la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia el pontificado de Benedicto encara el futuro con optimismo renovado porque, y a la vista de todos ha quedado, ni es ultraconservador ni es impopular. Sus detractores deberían dejar de mirarse el ombligo y abrir los ojos a la realidad, aunque duela.    

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