Menú
EDITORIAL

El partido de la serenidad

No hay más que recordar en qué circunstancias, y contra todo pronóstico, llegaron los socialistas al poder. No fue la serenidad lo que llevó a los españoles a preferir a los socialistas tras aquellos fatídicos cuatro días de marzo.

La última ocurrencia de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido la de decir que su partido es el de la España serena. El sentido que le da Zapatero es claro, pues lo han explicado una y otra vez: se comparan con el Partido Popular, al que identifican con el partido de la crispación. Es lógico que un partido socialista vea el ejercicio del control del poder y de la crítica política como un pecado mortal; nadie va a engañarse a estas alturas sobre el profundo desprecio del socialismo y de los socialistas por el juego democrático. Sólo les vale la adhesión sin fisuras, el entreguismo y el aplauso. Y acaso, en un acto de generosidad, podrían tolerar el silencio. Pero no la crítica.

No obstante, resulta evidente, casi dolorosa, la violencia entre las palabras de Rodríguez Zapatero y la realidad. Pues, ¿quién ha hecho desde la instauración de la democracia en España más que el propio Zapatero para provocar la confrontación entre los españoles? Basta hacer un breve recuento de lo que ha sido su política, que por apresurado que sea siempre arrojará prueba tras prueba de que el que ha estado jugando la baza de la confrontación ha sido él. Ahora recuperan el viejo tic socialista de mentir abiertamente, llamando "serenidad" a lo que ha sido una política del odio.

Vayamos, sin más, al mismo origen de nuestra democracia, que Zapatero quiere reenganchar en la fracasada II República, desmintiendo su verdadera historia, que está en los pactos de la Transición originados tras la transformación del régimen dictatorial en la democracia que ahora quiere entregar Zapatero a los terroristas. La propia Historia de España se quiere convertir en memoria, es decir, no en la labor de los especialistas sino en las vivencias de los particulares para sacar de ellas el odio ya enterrado por el temor a repetir lo vivido. Y ha echado las instituciones democráticas sobre la mesa, con ETA del otro lado, como quien juega a las cartas. Algo que ha combinado con la franca, directa e inmisericorde persecución de las víctimas de esta banda asesina. Si ni siquiera se ha querido sumar al consenso básico de estar del lado de las víctimas, ¿no será que es en la confrontación donde se siente más cómodo?

Zapatero ha reavivado el espurio enfrentamiento entre regiones españolas, que no es más que un instrumento de poder para los nacionalistas, con la apertura del innecesario proceso neoestaturario, y con un sectarismo brutal contra Madrid por el simple hecho de que los madrileños no votan socialista. Los socialistas, además, han firmado en negro sobre blanco en Cataluña, en el Pacto del Tinell, lo que llevan a cabo todos los días en el resto de España sin necesidad de firmar un documento: la exclusión sistemática del PP. ¿De qué serenidad habla Zapatero?

De ninguna, porque el presidente ni la busca ni la desea. Una sociedad en que los consensos básicos están asentados y las instituciones no están contaminadas por la política rechazaría sin dificultad la política sectaria, rupturista y radical que quiere imponer Zapatero. Él y su Gobierno están haciendo todo lo que está en su mano para hacer añicos cualquier valor o institución ampliamente compartidos. Por otro lado no hay más que recordar en qué circunstancias, y contra todo pronóstico, llegaron los socialistas al poder. No fue la serenidad lo que llevó a los españoles a preferir a los socialistas tras aquellos fatídicos cuatro días de marzo. Aquello funcionó y no están dispuestos a perder esa baza.

En España

    0
    comentarios