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EDITORIAL

El PP catalán aún tiene mucho que decir

Piqué todavía puede armarse de valor e intentarlo y, si es o se considera incapaz para acometer la tarea, debería dejar paso a un nuevo liderazgo que enfrente el grave problema que encara Cataluña y, con ella, España entera

El pasado jueves se celebró en el hotel Ritz de Barcelona una histórica conferencia en la que el eurodiputado y ex líder de los populares catalanes, Aleix Vidal Quadras, hizo saltar las costuras del frágil y artificial consenso que Josep Piqué trata de imponer –sin demasiado éxito- en el PP catalán. Corría la especie por Barcelona de que el partido de Rajoy era del todo incapaz de congregar a mil personas en un acto público fuera de una campaña electoral. Vidal Quadras se encargo de desmentirla. Un discurso sólido, bien fundamentado y centrado en los valores que el Partido Popular defiende a lo largo y ancho de toda nuestra geografía. Porque decir hoy, en Barcelona, que "nos encontramos en un momento de extrema gravedad porque la Nación no está amenazada únicamente en su seguridad, en su prosperidad y en su estabilidad, sino en su misma existencia", es mucho más que desafiar al discurso único, marcado por la alta temperatura ambiente que impone sin rubor el nacionalismo gobernante. Es hacer una llamada al único partido nacional que queda en Cataluña, el único que posee una idea clara de España y del lugar que en ella le corresponde a Cataluña, el único, en definitiva, que permanece fiel al espíritu y la letra de la Constitución.
 
Fue en la época en que Vidal Quadras ejercía de presidente del Partido Popular de Cataluña, cuando esta formación alcanzó su techo electoral en el Principado. Aquellos resultados, nunca igualados desde entonces, se consiguieron con un programa sencillo, de defensa de la españolidad de Cataluña y abiertamente crítico con el entonces omnipotente pujolismo. La llegada de Aznar al poder y los subsiguientes pactos de gobierno con CiU se cobraron no sólo su cabeza sino la esencia misma del PP catalán que, desde entonces, languidece en tierra de nadie navegando a la deriva entre un nacionalismo templado que no convence a nadie y un constitucionalismo lleno de complejos que irrita profundamente a las bases y a la mayor parte de votantes. El statu quo pujolista se vino abajo hace ahora dos años, pero el PP catalán no ha cambiado el guión a pesar de que el nuevo tiempo político en Cataluña, el que inauguraron los Pactos de Tinell, exige más que nunca la presencia activa de un partido nacional. No hay diferencia entre el nacionalismo catalán, vasco o gallego. No existen, tal y como han querido ver una y otra vez los dirigentes populares en Madrid, nacionalistas buenos con los que se puede llegar a un acuerdo. El objeto de Maragall, Carod y Mas es idéntico: separar a Cataluña del resto de España mediante una reforma estatutaria inconstitucional y perfectamente denunciable ante el Tribunal competente en la materia.
 
Piqué no lo ha visto o no lo ha querido ver. Trató de calmar la mala conciencia participando en la ponencia del nuevo Estatuto, una ponencia de la que ha salido un engendro ilegal del que, en el último momento, ha tenido que desmarcarse. La vía de la negociación no puede dar más de sí, ha llegado la hora de defender los principios. Piqué todavía puede armarse de valor e intentarlo y, si es o se considera incapaz para acometer la tarea, debería dejar paso a un nuevo liderazgo que enfrente el grave problema que encara Cataluña y, con ella, España entera. Los secesionistas de Carod, los soberanistas de CiU y los federalistas asimétricos del PSC lo tienen claro, difieren quizá en los plazos y en el método óptimo para proceder a la separación, pero saben a dónde se dirigen. El Partido Popular cuenta con 15 escaños en la cámara y casi 400.000 votos en las últimas elecciones autonómicas. Es una fuerza pequeña pero no desdeñable y aún tiene mucho que decir. Más aún si tenemos en cuenta que empiezan a aflorar ciertas grietas en el antaño inalterable oasis nacionalista. El manifiesto de los intelectuales que hace unos meses abogaban por la fundación de un nuevo partido no nacionalista es un buen ejemplo de ello. Porque es imperativo que una fuerza política, ya sea de izquierdas o de derechas, se tome el trabajo de representar a los cientos de miles -acaso millones- de catalanes que se sienten también españoles y que están hasta la coronilla de tanto nacionalismo rancio y del perenne conflicto identitario sobre el que CiU, PSC y Esquerra han basado todo su quehacer político.  

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