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EDITORIAL

El ridículo permanente de la UE

Europa ha desarrollado una política energética que la vinculan a zonas tremendamente conflictivas, como Oriente Medio, el norte de África o la antigua URSS.

No cabe la menor duda de que el de Ucrania es un problema complejo, mucho más allá del cuento de buenos y malos con el que la gran mayoría de los medios de comunicación suele zanjar la mayor parte de los asuntos de política internacional.

Puede que haya buenos y malos, sí, pero sobre todo hay un escenario en el que confluyen una historia difícil y llena de cambios, un sociedad profundamente dividida y los intereses vitales de una potencia como Rusia.

Tampoco se puede obviar que la forma en que Vladímir Putin gestiona la política internacional es cualquier cosa menos sutil: el autócrata ruso persigue lo que considera que son sus intereses estratégicos sin ningún disimulo, con escasas dosis de diplomacia y sin desdeñar el uso de la fuerza.

La actitud de Putin hace todavía más evidente el fracaso de la UE en la gestión de este tipo de conflictos: mientras la Europa comunitaria sigue creyéndose el centro del mundo, lo cierto es que su influencia merma a ojos vista, y ni siquiera cuando las crisis se desarrollan en sus fronteras se muestra resuelta y poderosa.

La UE está siendo en la crisis ucraniana tan inoperante como en cualquier otro asunto internacional, y lo peor es que esa inoperancia no debería sorprender, habida cuenta de la ausencia de una política exterior y de defensa digna de tal nombre.

Esta crisis está demostrando de nuevo que la diplomacia puede ser muy útil, pero siempre que esté respaldada por una líneas de acción claras y por un poder, económico y también militar, operativo.

Hay algo más que esta crisis podría enseñar a la UE y los Estados que la componen: en ocasiones, disparatadas políticas interiores socavan posiciones de crucial importancia en política exterior. Prácticamente toda Europa ha desarrollado una política energética que, en lugar de potenciar la autosuficiencia aprovechando la única fuente que podría proporcionarla, la nuclear, se ha centrado en el gas y los combustibles fósiles, que vinculan el Viejo Continente a zonas tremendamente conflictivas, como el Golfo Pérsico, el norte de África o la antigua Unión Soviética. Una dependencia que se paga muy cara, en todos los órdenes.

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