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EDITORIAL

El suicidio de Venezuela

En su sociedad se perciben las ganas de que el enfrentamiento acabe y el miedo a que un cambio produzca más violencia. Sin embargo, ésta no acabará mientras su causa permanezca al mando del país.

Los resultados del referéndum revocatorio y el escaso respeto mostrado por Chávez hacia la democracia en otras ocasiones, pueden hacer pensar a más de uno que el resultado ha sido un fraude. Ciertamente, el hecho de que el voto para echar al cacique venezolano haya contado con casi medio millón de voluntades menos que las firmas que lo convocaron es sospechoso. Los sondeos a pie de urna dieron unos resultados completamente distintos. Ni la oposición ni los observadores internacionales estuvieron tampoco presentes en la Junta Totalizadora, donde se sumaron los votos que llegaban de las mesas. Sin embargo, las estimaciones del Centro Carter –nunca muy alejado de Castro– y de la OEA, certifican el respaldo a Chávez. La única esperanza que tiene la oposición de demostrar el fraude, de haberlo, es el recuento manual.
 
Parece, pues, probable que las urnas hayan dado realmente su respaldo al castrista venezolano. No es algo de lo que debamos alegrarnos, pese a la tranquilidad con que transcurrió la jornada electoral. Los venezolanos, como otros pueblos en otros momentos de la historia, ha decidido optar por la paz de los cementerios, aquella que domina donde la libertad se ha cedido a cambio de supuestas bagatelas prometidas por la política. En su sociedad se perciben las ganas de que el enfrentamiento acabe y el miedo a que un cambio produzca más violencia. Sin embargo, ésta no acabará mientras su causa permanezca al mando del país.
 
Chávez y sus acólitos han sido respaldados por el voto, pero su democracia bolivariana no es una democracia liberal, aquella en que los poderes están separados y se respeta la autonomía del individuo y la libertad de prensa. Por eso, la política se ha infiltrado durante su mandato por todos los resquicios de la vida de los venezolanos y ha degenerado en una serie de enfrentamientos violentos, el último esta misma madrugada, con el resultado de una opositora asesinada por chavistas. Sin libertad tampoco hay paz duradera.
 
La pobreza, esa excusa con la que tantos justifican sus desmanes, no ha hecho sino aumentar con la política izquierdista y demagoga de Chávez. Desde que fue elegido hace seis años, cada venezolano ha perdido un cuarto de los ingresos de los que disfrutaba entonces y la inflación, el impuesto de los pobres, llega ya al 30%. Sin embargo, la subida del crudo le ha permitido acometer un programa "social" durante los últimos cuatro meses con el que hacer subir su popularidad. Pero cuando la bonanza petrolera acabe, los gastos que está llevando a cabo no servirán para nada. Han servido para repartir riqueza, pero no para ayudar a crear las condiciones de una prosperidad más permanente. Ha ejercido, en definitiva, de Perón, el destructor de la Argentina próspera donde los españoles emigraban.
 
Quizá le haya faltado a la oposición un líder capaz de hacer entender esto a las zonas más pobres del país, las más encandiladas con Chávez pese a que la miseria haya aumentado durante su presidencia. Un líder capaz de mostrarse como una figura alternativa a Chávez, y no como un candidato de compromiso escogido por unas fuerzas opositoras completamente distintas ideológicamente. Lo único seguro es que las palabras conciliadoras del cacique tras su victoria serán, una vez más, nada más que palabras.

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