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EDITORIAL

El ultraje al Himno Nacional es sólo un síntoma

Es el síntoma de un problema de fondo mucho más grave que el gobierno puede y debe resolver con la constitución en la mano. Escandalizarse por los síntomas sin atacar a la enfermedad seguirá siendo en el futuro una solemne pérdida de tiempo.

Los prolegómenos de la final de la Copa del Rey se saldaron de la forma prevista, con una sonora pitada al himno nacional en la que no faltaron todo tipo de menosprecios y ultrajes al símbolo común de todos los españoles y sus instituciones más representativas. Las aficiones del Athletic de Bilbao y del F.C. Barcelona, espoleadas por las fuerzas nacionalistas de sus respectivas regiones, hicieron lo que se esperaba de ellas ante la inacción de las instituciones responsables, como acertadamente ha denunciado la asociación cívica DENAES.

Ahora bien, no cabe cargar las tintas y mostrarse ofendidos solamente por este episodio que, sin restar gravedad a lo que supone, no es precisamente la transgresión más grave que los nacionalismos periféricos vienen cometiendo impunemente desde hace más de tres décadas de estado autonómico.

En Cataluña y el País Vasco, regiones de las que proceden los dos equipos de fútbol implicados en el acontecimiento de este viernes pasado, se atropellan derechos fundamentales de los ciudadanos sin que las instituciones garantes de la vigencia del orden constitucional en todo el territorio español actúen con la contundencia que ahora se exige para controlar el desarrollo de una competición deportiva.

El acoso a los catalanes y vascos que no se someten al dictado nacionalista está a la orden del día, con todo tipo de discriminaciones que, en un Estado de Derecho digno de tal nombre, habrían encontrado cumplida respuesta décadas atrás. Sin ir más lejos, el uso legítimo de la lengua común de todos los españoles, exigido incluso por numerosas sentencias particulares dictadas por el más alto tribunal, es todavía una aspiración que muchos ciudadanos esperan ver cumplida algún día mientras las instituciones autonómicas niegan el ejercicio de ese derecho con total impunidad. El exilio obligado de decenas de miles de ciudadanos españoles para huir de este acoso, con riesgo cierto de la propia vida como ha venido ocurriendo durante décadas, especialmente en el País Vasco, es desde luego también mucho más grave que una pitada al himno nacional en un recinto deportivo.

Por eso sorprende que una parte de la prensa se muestre horrorizada por la escena chusca protagonizada por los espectadores del estadio Vicente Calderón, mientras que esas otras situaciones mucho más lesivas para los derechos individuales quedan amortizadas a beneficio de inventario, salvo una reseña marginal cuando ocurre algún agravio especialmente bochornoso.

A la nación española y a los derechos y libertades de todos los españoles no se les defiende tan sólo tocando a rebato cuando los gobiernos separatistas prohíben los espectáculos taurinos o sus masas fanatizadas, tras décadas de educación en el odio a todo lo español, hacen el ridículo abochornando a los presentes en un partido de fútbol silbando al himno de España. 

Eso sólo son dos síntomas de un problema de fondo mucho más grave que el gobierno puede y debe resolver pues dispone de herramientas y mecanismos constitucionales nítidos y más que suficientes. Si no tiene agallas para atacar de raíz esa enfermedad, escandalizarse por los síntomas seguirá siendo en el futuro una solemne pérdida de tiempo. Treinta años de ultrajes continuados son más que suficientes.

En España

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