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EDITORIAL

Entre dos castas

Sólo hay una medida que de verdad puede ser un gran paso en la lucha contra la corrupción: la despolitización de la Justicia.

Como era de esperar, el pleno del Congreso de los Diputados sobre corrupción ha sido, una vez más, una cita más bien prescindible que ha pasado sin pena ni gloria, tanto informativamente como, lo que es mucho más importante, desde el punto de vista político.

Una escenificación, por no llamarlo pantomima, de políticos que por un lado parecen asustados ante el panorama electoral de los próximos meses pero por el otro no son capaces de tomar verdaderas medidas, de hacer verdaderos sacrificios, de comportarse, en suma, como verdaderos políticos.

Y esto aplica a unos y a otros: a un Rajoy ofrece siempre las mismas medidas cosméticas, sin verdadero aliento y diseñadas sólo para salir del trance parlamentario; a un Pedro Sánchez que tiene en Andalucía un caso tan grande de corrupción que, hasta que no tome medidas al respecto, ni él ni su partido resultarán mínimamente creíbles, y a formaciones como CiU, con un historial igualmente infame.

Hay una excepción que es justo reseñar: UPyD, el único partido que no quiso entrar en el cambalache del reparto de los cargos judiciales y el único que recuerda en el Congreso que sólo hay una medida que de verdad puede ser un gran paso en la lucha contra la corrupción: la despolitización de la Justicia.

Como bien ha denunciado Rosa Díez, todo lo que no sea avanzar en ese camino no será otra cosa que un acuerdo que se intentará vender a la opinión pública en un esfuerzo vano por frenar el hasta ahora irresistible ascenso de otra casta, la bolivariana de Podemos, que se ofrece como el gran agente anticorrupción pero que, como ya se está viendo, no es la solución a los problemas que tiene España, sino la mera sustitución de una casta por otra todavía más nociva. Una casta que viene saturada de nepotismo, amiguismo y corruptelas, lo que permite hacerse una idea de los desmanes que pueden llegar a perpetrar en caso de que tomen el poder.

Entre la casta que amenaza con no irse y la que amenaza con llegar, España, con sus ciudadanos, sus empresas y sus instituciones abandonados, no logra encontrar una referencia que le sirva para librarse de estas dos auténticas plagas bíblicas que amenazan con dejar que todo se hunda o con demoler lo poco que quede en pie.

En España

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