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EDITORIAL

España ante la tragedia

Una izquierda habituada a usar la mentira como arma revolucionario-propagandística, lo normal es que en ocasiones se pase de frenada.

Que medio centenar de compatriotas –y varias decenas de personas de otros países– mueran en un trágico accidente es una noticia que conmociona, un drama para las familias y los amigos de los fallecidos que conmueve a todos los españoles de bien, que en estas circunstancias siempre dan ejemplos sobrados de solidaridad y respeto.

Sin embargo, cada vez que suceden sucesos de estas características se producen también comportamientos y comentarios mucho menos edificantes, habitualmente vertidos en las incontrolables redes sociales, pero también en los medios de comunicación.

Así, no hay tragedia que no sea aprovechada por algunos elementos de la peor izquierda para tratar de arrimar el ascua a su sardina. Por desgracia, no debería sorprender, dado el uso habitual que hacen de asuntos tan delicados como los desahucios o el estado de la sanidad pública, pero no deja de resultar chocante la ligereza con que son capaces de expresarse sólo minutos después de algo tan complejo como un accidente aéreo, así como su falta de rigor y, por supuesto, de sensibilidad para con las víctimas.

Por muy chocantes e indignantes que sean esas estridencias, tienen su lógica: una izquierda habituada a usar la mentira como arma revolucionario-propagandística, lo normal es que en ocasiones se pase de frenada.

También suele resultar habitual en estas circunstancias que los medios de comunicación realicemos nuestra labor –importantísima en momentos así, y mucho más complicada– con un nivel de exigencia y rigor que sólo cabe calificar de mejorable. Los profesionales de la información deberíamos obligarnos a ofrecer sólo datos contrastados, no generar situaciones de pánico y no poner injustamente en el disparadero a individuos, empresas o instituciones directa o indirectamente implicados en los hechos de que informamos.

Esta reflexión debería trasladarse también a una cuestión tan delicada como el tratamiento de las víctimas de estos sucesos y sus familiares: aunque su dolor es parte del relato de los hechos y debe ser contado, cabe preguntarse cuándo se está informando y cuándo generando simplemente un circo mediático.

Mientras en otros acontecimientos, como los ataques terroristas, es fundamental representar en toda su crudeza las terribles consecuencias del terror, quizá en circunstancias como las actuales fotógrafos, cámaras, editores y directores de periódico deberían dar un paso atrás y comportarse con el pudor con el que lo haría, permítasenos la expresión, cualquier ciudadano normal.

En España

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