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EDITORIAL

España, como Rajoy, ni está ni se la espera

El precio de la cobardía oportunista del Gobierno en la crisis griega ha sido la irrelevancia de España en Europa.

La solución de la crisis griega, tras varias semanas de incertidumbre, ha traído consigo la constatación de que el Gobierno de Rajoy desempeña un papel irrelevante en la alta política continental. La incipiente recuperación del empleo, junto a los buenos datos y perspectivas de la economía española, eran dos argumentos de peso para afrontar con garantías el desafío de la presidencia del Eurogrupo, pero ni siquiera con esos poderosos avales Rajoy y su equipo han sido capaces de alcanzar su objetivo.

Mención especial merece el rol que ha jugado en Bruselas el ministro Luis de Guindos, candidato español a presidir el consejo de ministros europeos de finanzas, desde que el primer ministro griego decidió poner al euro en graves aprietos y su país al límite de la bancarrota. De Guindos no ha hecho ninguna aportación de interés en unos días en los que Europa se ha jugado la supervivencia de la moneda común. Metido en su papel de candidato a presidir el Eurogrupo, el ministro español ha preferido contemporizar con las presiones inaceptables del Gobierno griego antes que cumplir con su obligación en defensa de los intereses de los contribuyentes españoles y europeos. El pago a esta manera calculada de actuar ha sido la negativa de sus colegas de la Zona Euro a permitir que dirija sus deliberaciones en el futuro inmediato.

Pero si el papelón de De Guindos ha propiciado que el Gobierno reciba un sonoro varapalo, mucho peores son las consecuencias que esta actuación en la crisis griega puede acabar teniendo para todos los españoles. España tendría que haber sido el país más beligerante en este proceso de consolidación europea, por la presencia en la política nacional de un partido emergente que amenaza con llevar a cabo las mismas propuestas delirantes que los griegos de Syriza. Rajoy y su Gobierno han tenido estas semanas la oportunidad de denunciar con firmeza las pretensiones abusivas de Tsipras y de liderar la respuesta de Europa al intento de chantaje de unos populistas para los que sólo cuenta mantenerse en el poder. En su lugar, todos los mensajes del Gobierno de España han sido una apelación constante al diálogo y la moderación, como si las coacciones de unos radicales marxistas, incapaces de garantizar el acceso de su pueblo a los servicios básicos, pudieran ponerse en plano de igualdad con la exigencia de las autoridades de que se cumplan los compromisos adquiridos.

Rajoy, como ocurre con todo lo que no le afecta a él directamente y a su destino político, se ha puesto de perfil en un asunto de extraordinaria gravedad. El precio ha sido su irrelevancia y la de Luis de Guindos en el escenario europeo. Sin lugar a dudas, lo peor no es eso sino las pésimas consecuencias para España.

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