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EDITORIAL

España y libertad

Pero toda la estrategia socialista se desvanece ante la fuerza integradora de la idea de España y el liberador atractivo de la libertad. El Partido Popular ha visto en las calles de Madrid los dos valores que le deben llevar de nuevo al Gobierno.

Las calles de Madrid han vuelto a albergar una gran manifestación por la derrota de ETA. Es ya la séptima, y los españoles, lejos de cansarse de salir a la calle, renuevan su compromiso con el fin del terrorismo a cada nueva ocasión y con el mismo entusiasmo. En todas ellas la bandera española ha sido protagonista, pero nunca como en esta. El día anterior la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, llamó a los españoles a acudir con banderas. No hubiera sido necesario, porque cada vez más este Gobierno antinacional y antiliberal está llevando a más y más ciudadanos a identificar libertad y España, España y libertad.

El Gobierno reacciona como un poseso ante un crucifijo cuando se le antepone cualquiera de los dos valores. Ambos, España y libertad, han de ser las dos claves de la oposición al Gobierno de Rodríguez Zapatero por el único partido que está dispuesto a realizar esta labor, por convencimiento y también por pura supervivencia. Porque la idea nacional es muy querida por los ciudadanos y en ella tiene el centro derecha su principal baluarte. Porque la libertad es el valor más excelso de la vida en sociedad, pues es también el más humano. Y porque las dos son objeto de sistemático menoscabo por parte de José Luis Rodríguez Zapatero y de sus socios políticos. Las dos ideas están hoy más unidas que nunca desde 1812 y contienen todo aquello por lo que merece la pena luchar.

Hoy el criptocomunista Diego López Garrido se ha retorcido, literalmente, al contemplar a centenares de miles de españoles erigir su enseña como el mejor símbolo de la derrota de la ETA. No ha tenido mejor ocurrencia que acusar al PP de "apropiarse de los símbolos nacionales". El PP no se ha apropiado de los símbolos nacionales. Son los españoles quienes los recogen de la escombrera moral en que los ha abandonado el Gobierno, y el PP se ha limitado a sumarse. También ha hablado de la lucha contra el terrorismo en Irak, como si no fuera el Gobierno de Rodríguez Zapatero el que abandonó vergonzantemente aquella lucha nada más llegar al poder; como si ese terrorismo no fuera, en verdad, la manifestación más violenta de la Alianza de Civilizaciones de Zapatero.

El nerviosismo del partido socialista y del Gobierno está plenamente justificado. Desde su llegada al poder han seguido una estrategia sin concesiones de aislamiento del PP, preparándose el terreno para deslegitimarle ante una eventual vuelta al poder por la fuerza de los votos. También han seguido una política de división y de ruptura de consensos, que es necesaria si, como es el caso, Rodríguez Zapatero quiere convertir la democracia del 78 en otra cosa. Pero toda su estrategia se desvanece ante la fuerza integradora de la idea de España y el liberador atractivo de la libertad. El Partido Popular ha visto en las calles de Madrid los dos valores que le deben llevar de nuevo al Gobierno.

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