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EDITORIAL

Estos son los que piden confianza

Está claro que para el PSOE no existe ninguna línea roja que no se pueda traspasar, ni barrera que podamos confiar que no cruzarán jamás, si está en juego el poder que ambicionan monopolizar.

La reunión del PSOE con ETA un mes antes de las últimas elecciones generales demuestra hasta qué punto está justificada la negativa del PP a participar en ese engañabobos que algunos han dado en llamar "proceso de paz". No cabe esperar nada de un PSOE que, al tiempo que fingía escandalizarse por la reunión de Perpiñán y alardeaba de su paternidad el Pacto Antiterrorista, hacia exactamente lo mismo que el independentista catalán. Sabemos que el resultado de la reunión de éste fue aquella inmoral tregua en la que todos los españoles seguíamos estando en la diana menos los que vivían en Cataluña. La duda, y las peores sospechas, está en los acuerdos que ETA obtuvo de los socialistas en esos encuentros que oficialmente nunca existieron.

En el momento en que se produjo aquella reunión, las expectativas del PSOE en todas las encuestas variaban entre la derrota por mayoría simple o por mayoría absoluta del PP. Aparte de tomar nota de la nula lealtad al Gobierno electo de la nación por parte de Zapatero –el mismo que ahora exige la adhesión incondicional de Rajoy en el proceso de rendición–, cabe preguntarse qué tenían que negociar el PSOE y la banda asesina cuando todo hacía suponer que los socialistas iban a tener que estar otros cuatro años en la oposición, como así habría sido de no cruzarse a tres días de las elecciones el mayor atentado terrorista de la historia de España.

Esta pregunta se une a otra que muchos ciudadanos llevan haciéndose desde hace tiempo. Si ni el PSOE ni ETA tuvieron nada que ver con el 11-M, ¿cómo puede explicarse la continua negativa a seguir cualquier línea de investigación que pudiera relacionar, aunque fuera de refilón, a los terroristas del nacionalismo vasco con los presuntos autores de la matanza y sus colaboradores? El teledirigido comisario que preparó en la sede socialista de Gobelas su comparecencia en la Comisión se ha negado siempre a indagar dichos indicios, asignándolos al puro azar. Así, se nos dice que ETA robó un vehículo en la calle de Trashorras por casualidad, que la caravana de la muerte de ETA y del 11-M viajaron el mismo día por casualidad, que El Chino tuvo relación con ETA desde 1995 por casualidad, y que el lugarteniente de uno de los muertos de Leganés tenía los teléfonos de dos importantes etarras por casualidad. Es más, el comisario incluso ocultó una nota al juez en el que se informaba de que un primo de El Chino había afirmado su convicción de la autoría de ETA.

Es posible que esos indicios no lleven a nada, y que finalmente ETA no haya tenido nada que ver con el atentado del 11-M. Pero la negativa del Gobierno a investigar a fondo la masacre –y no sólo la hipotética participación de ETA en la misma– da razones a quienes quieran sospechar cualquier opción de la autoría. Esa cerrazón supondrá una losa que pesará siempre sobre el Gobierno pues, en tanto que no se aclare quién organizó la matanza, toda duda resultará razonable. Dudas y sospechas que se incrementan tras conocer la existencia de esta reunión previa.

En todo caso, sería impensable –si esto no fuese España y el gobernante no fuera de izquierdas– que el Gobierno siguiera adelante con su proceso de rendición sin explicar por completo los contenidos de esa reunión previa a las elecciones donde, quizá, se perfilaron los detalles de todo lo que ha venido después. Aquellos que soñaron que los muertos socialistas en manos de ETA les obligarían, por fin, a ser leales a un pacto con el PP, habrán de despertarse de una vez. Está claro que para el PSOE no existe ninguna línea roja que no se pueda traspasar, ni barrera que podamos confiar que no cruzarán jamás, si está en juego el poder que desean monopolizar. Y eso incluye, naturalmente, el "precio político" del "derecho de autodeterminación".

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