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EDITORIAL

Guerra contra el terrorismo... menos en Israel

Nada que objetar –antes todo lo contrario– a la petición, muy justa y conveniente, que Bush lanzó al mundo para que se implicara en la pacificación y en la reconstrucción de Irak. Es preciso que la comunidad internacional, siguiendo el ejemplo de España y de la gran mayoría de los países europeos, contribuya a la guerra contra el terrorismo que hoy lideran EEUU y Gran Bretaña. La seguridad mundial, amenazada por el terrorismo, no es ni puede ser la causa de un solo país, por poderoso que sea. Como ha señalado Bush, todas las naciones libres tienen la obligación moral de contribuir a derrotar el mal del siglo XXI, del mismo modo que el sentido común y la buena vecindad exigen enviar ayuda a los países que han sufrido un desastre natural o colaborar en la extinción de los incendios o en la erradicación de las enfermedades infecciosas.

Sin embargo, toda esta lógica parece fallar sistemáticamente en el caso de Israel. Los hebreos llevan décadas combatiendo el terrorismo ante la indiferencia, la incomprensión e incluso el odio de la comunidad internacional. Y ni siquiera después del 11-S, el terrorismo palestino –el de Hamas, el de la Yihad o el del propio Arafat– ha perdido a ojos de la comunidad internacional ese aura de “guerrilla de liberación” contra una opresión más o menos injusta. Precisamente Israel, el país del mundo más azotado por la lacra terrorista, tendría que ser el objetivo prioritario de los esfuerzos de la comunidad internacional. Máxime cuando Ben Laden y todos las bandas o grupúsculos terroristas que lo han adoptado como líder, ponen como excusa el conflicto israelo-palestino para volcar su odio a la civilización occidental segando vidas inocentes.

Como ya hemos manifestado reiteradamente, Yaser Arafat ha tenido sobradas oportunidades para firmar la paz con Israel en condiciones muy ventajosas. Pero Arafat ha demostrado, también en sobradas ocasiones, que no le interesa la paz en absoluto: únicamente mantener su poder personal prolongando el conflicto todo lo posible –pues hasta él es consciente de que los judíos no consentirán que se les eche al mar– y contribuyendo a él activamente desde la ANP con su propia organización terrorista, y pasivamente mediante el control absoluto que ejerce sobre las fuerzas de seguridad del gobierno palestino. Las mismas que no quiso entregar a Abu Mazen para que éste combatiera eficazmente a Hamas, la Yihad... y a Al Fatah y los “mártires” de Al Aqsa, los brazos terroristas del rais.

Por todo ello, resulta incomprensible por qué la comunidad internacional, especialmente EEUU y Gran Bretaña, se obstinan en proteger sistemáticamente al –ironías del destino– premio Nobel de la Paz, quien escupe, insulta y defenestra a sus ministros y colaboradores cuando no le dan la razón o cuando ponen en cuestión su nefasto liderazgo. La forma en que Arafat ha gestionado la ANP –violencia y corrupción al por mayor– indica que su máxima aspiración es emular al otro rais, Sadam Husein, con el que mantenía excelentes relaciones. Aunque lo más chocante de todo es que, tanto EEUU como Gran Bretaña –Europa aún sigue fascinada por el “glamour” del veterano terrorista–, admiten que Arafat es el principal obstáculo para la paz.

Siguiendo una lógica muy parecida a la que hasta hace bien poco se empleaba en España con ETA-Batasuna, toda la comunidad internacional, empezando por norteamericanos y británicos, estima que la propuesta israelí de deportación de Arafat, un gobernante elegido democráticamente, traería muchas más complicaciones. ¿Cuáles más, cabría preguntar, cuando casi cada día los terroristas perpetran una nueva masacre? En el País Vasco, los representantes de ETA-Batasuna también habían sido elegidos democráticamente. Y también se decía que su ilegalización conllevaría un estallido de violencia de inimaginables proporciones. Nada de eso ha ocurrido, antes al contrario: hoy se está más cerca que nunca de acabar definitivamente con el terrorismo de ETA, cuyas pantallas políticas y gran parte de sus fuentes de financiación han sido cegadas y clausuradas. España, que afortunadamente representa un papel protagonista en la lucha contra el terrorismo, debería hacer valer su experiencia en este sentido ante Europa y EEUU. Como, por desgracia, hemos comprobado los españoles, negociar u ofrecer la paz a quienes no la buscan ni la desean sólo trae como resultado más terrorismo.


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