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EDITORIAL

Había motivo

Cada vez que oiga hablar a cualquier santón del cine español de solidaridad, recuerde que es siempre que no va más allá de su propio bolsillo.

Decía Adam Smith en su celebrada “Riqueza de las naciones” que “la gente del mismo arte rara vez se reúne, incluso para recreo y diversión, sin que la conversación acabe en una conspiración contra el público”. Tenía el profesor en mente a empresarios e industriales con una rama común que, reunidos para tratar sus asuntos, acabaran pensando cualquier esquema elaborado con la connivencia de la Administración, que creara un mercado cautivo y les librara de tener que competir por ganarse el favor de los consumidores a base de talento y esfuerzo por hacer un buen servicio.
 
La cita sería perfecta para ilustrar lo conocido en torno a la futura Ley del Cine, si no fuera porque estamos hablando de una catetada en toda regla. Los hechos, sucintamente, se siguen de este modo. Un grupo de empresarios y miembros destacados del cine español dan una vez más razón al viejo profesor, e inspirándose en lo más siniestro de nuestro admirable vecino del norte, redactan un texto que recoge todas las medidas chovinistas y proteccionistas que les permite su imaginación. No les han frenado su moral y su rubor, todavía por descubrir. Por todo objetivo, poner trabas a los españoles para que vean el cine que desean, si éste se ha hecho en los Estados Unidos, y así aumentar sus beneficios a costa de los aficionados. El mundo del cine sólo se acuerda de España si el Estado extiende cheques con dinero ajeno. Este acto desvergonzado tiene su colofón en una reunión con la vicepresidenta De la Vega, con el objetivo de convertir sus conspiraciones en ley. Lo que tenemos por ministra de Cultura ve el engendro “perfectamente asumible”.
 
Poco antes de las elecciones, un grupo conspicuo de cineastas españoles sacó una cinta contra el PP bajo el nombre “Hay motivo”. Nosotros siempre supimos cuál era, y este sábado se ha desvelado por completo. El apoyo al Partido socialista, con una notoria unanimidad militante impropia del pensamiento crítico, del arte y de la intelectualidad, tiene un precio. Y el PSOE está dispuesto a pagarlo y a sellar la alianza político financiera con la industria española del cine. Pero no lo paga él, claro, sino que lo haremos los españoles, tanto en entradas más caras como en ofertas culturales más pobres. Beneficiar a un grupo selecto, elitista y muy determinado a costa del público para utilizarlo con fines propagandísticos resume lo más característico de la política socialista.
 
La historia muestra con machacona insistencia que cuando se protege y beneficia una industria desde el Estado, se acaba ahogando. Liberados de la necesidad de ofrecer lo que los consumidores desean, los empresarios no tienen incentivos para mejorar lo que hacen y acaban degradando el sector, que cada vez contrasta más con la viveza y las constantes mejoras procedentes de los países que sí tienen que ingeniárselas para gustar al público. No digamos cuando estamos hablando de un sector que debe ser creativo, independiente, crítico. A base de ser sumiso y dependiente, la creatividad o el interés por ganarse al público sufrirán. Las ayudas son peor que la censura, porque adormecen las conciencias.
 
Los socialistas están atávicamente incapacitados para aceptar un pensamiento crítico o simplemente independiente, y no quieren que una rama de la comunicación de masas como el cine se les escape. Y por parte de la llamada industria, una mezcla entre sectarismo y los deseos inmoderados de enriquecerse a costa de los demás hacen el resto. Cada vez que oiga hablar a cualquier santón del cine español de solidaridad, recuerde que es siempre que no va más allá de su propio bolsillo.

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