Una de las constantes del socialismo español cuando gobierna es que frente a las dificultades se crece. Del mismo modo que hace una década los continuos casos de corrupción eran recibidos en Moncloa con una arrogancia que lindaba con el desdén, ahora, con el PSOE reinstalado de nuevo en el poder el muestrario de soberbia de sus dirigentes parece no tener límite. Tuvimos ocasión de comprobarlo tras el referéndum del 20 de febrero. Un fracaso sin paliativos en el que la mayor parte del censo no votó, votó en blanco o rechazó el texto fue, en cambio, celebrado desde Ferraz con la ya clásica reacción marca de la casa, esto es, descalificación y a tirar para delante.
La crisis abierta en Cataluña a raíz del derrumbamiento en el barrio barcelonés del Carmelo y agravada por las acusaciones de corrupción que formuló Pascual Maragall en el parlamento contra la oposición, ha llevado a que se repita la vieja estrategia que, por lo general, suele dar unos resultados óptimos. Ante el Consejo Nacional del PSC Maragall desgranó ayer lo mejor de su repertorio. ¿Crisis?, ¿qué crisis?, en Cataluña lo que se ha producido, según el presidente de la Generalidad, es una “ofensiva política en toda regla contra el Gobierno catalanista y de izquierdas”. El responsable de tal acometida es el que cabía suponer desde el primer momento; es la derecha, en este caso una anómala e irregular coalición de las derechas catalana y española. No creemos preciso recordar al president que eso de la derecha catalana y española es la misma cosa porque él sabe bien lo que se dice, no en vano lleva toda su vida viviendo de esto.
El hecho es que ofensiva, lo que se dice ofensiva, ni ha tenido asomo de producirse. Más bien al contrario. Cuando varios edificios del Carmelo se vinieron abajo por la ineptitud en la ejecución de unas obras de metro, ni populares ni convergentes abrieron la boca y se contentaron con la meliflua explicación de los responsables de Obras Públicas de la Generalidad. Cuando el gobierno autónomo decretó un apagón informativo impidiendo el libre acceso de los informadores al barrio, tan sólo el Partido Popular hizo algo por denunciar la anormal situación pero, ciñéndonos al guión de los hechos, sin demasiado entusiasmo. Convergencia y Unión, ante semejante atropello de la libertad de información, miró a otro lado e hizo mutis por el foro. Hubo que esperar a que Maragall patinase en el parlamento para que las ondas sísmicas provocadas por el derrumbamiento alcanzasen a toda la clase política catalana. Porque acusar en un pleno al principal partido de la oposición de apropiarse de un porcentaje por las obras contratadas no es, precisamente, el mejor modo de hacerse la víctima.