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EDITORIAL

Infamia en La Habana

El problema estriba en que la alternativa que ofrecen al unísono la vicepresidenta, el ministro y el embajador será no sólo ineficaz –en tanto que el tirano seguirá sin inmutarse– sino también inmoral y tremendamente abyecta

Destacar a un socialista, antiguo y activo miembro del Partido Comunista de España como embajador en la dictadura comunista por excelencia es ya de por sí una ironía y una frivolidad imperdonable en un Gobierno que se dice democrático y que se debe a una Nación, la nuestra, cuyo basamento es la división de poderes y las libertades civiles. Carlos Alonso Zaldívar es, aparte de protagonista de la burla que España se está gastando con los cubanos, nuestro representante en la Isla grande del Caribe que Fidel Castro ha transformado en cárcel.
 
"Lamentablemente, la actual situación de las relaciones entre Cuba y España, y de las relaciones de Cuba con la Unión Europea, es profundamente insatisfactoria", afirmó sin pestañear Zaldívar el pasado día doce en el transcurso de la recepción que la embajada ofrece cada año con motivo del Día de la Hispanidad. Las relaciones entre Cuba y España están lejos de ser satisfactorias indudablemente, y no precisamente por lo que a nosotros toca. Todos los Gobiernos españoles de la época democrática han mantenido activas agendas cubanas. Se ha probado todo tipo de recetas con la tiranía castrista, se han ensayado diferentes maneras de enveredar al dictador y todas se han demostrado, siempre en el corto plazo, estériles, especialmente las que han tratado de contemporizar con el monstruo.
 
El problema de entendimiento no viene por tanto de este lado, del democrático, del que respeta los Derechos Humanos y la libre elección de sus ciudadanos, sino del Gobierno de Cuba, del mismo que se hizo con el poder hace 45 largos años y, todavía hoy, se empeña en negar a sus once millones de súbditos hasta lo más elemental. Esto, que parece al alcance de cualquiera y que ha cosechado la unanimidad de todas las fuerzas políticas europeas es para nuestro embajador algo lamentable. A juicio del ayer, comunista hoy socialista y siempre servil Zaldívar, es necesario replantearse la relación con la dictadura y trabajar en línea con el Gobierno revolucionario que tiene sojuzgado a los cubanos desde hace casi medio siglo. La Posición Común Europea, la que la Unión adoptó el año pasado como programa mínimo para presionar a la dictadura para que deje de serlo, no merece crédito alguno ni para Zaldívar ni para el ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos, que no pierde ocasión de remarcar que no se encuentra a gusto con el trato que, a su amigo Castro, le dan los políticos europeos.
 
La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, no le anda a la zaga al desatinado ministro que padece la cartera de Exteriores. Hace unos días, desde Vietnam, aseguró que la Posición Común Europea es ineficaz y que no consigue los resultados esperados. Quizá esté en lo cierto. Castro no se ha arrugado por el hecho de que los países europeos inviten a disidentes a las recepciones en sus respectivas embajadas en La Habana. El problema estriba en que la alternativa que ofrecen al unísono la vicepresidenta, el ministro y el embajador será no sólo ineficaz –en tanto que el tirano seguirá sin inmutarse– sino también inmoral y tremendamente abyecta. Reunir bajo el mismo techo a víctimas y verdugos es una humorada cargada de ideología que sólo se le ocurre a las lumbreras diplomáticas de nuestro Gobierno y a algún conspicuo pacifista de esos que menudean por el País Vasco presumiendo de estar entre los unos y los otros.
 
No hay sin embargo posturas intermedias. O se está con unos, con los que mandan, fusilan y encarcelan, o se está con los otros, con los que sueñan por una Cuba libre y por ello sufren lo indecible. Zaldívar, muy en la línea de los que siempre han tenido a la Cuba socialista como modelo de lo sublime en política, lo dejó claro hace tres días. Ridiculizó a los disidentes que, armados de valor y cargados de buenas intenciones, se presentaron el pasado martes en nuestra legación habanera. El único que ha salido fortalecido de toda la refriega ha sido el de siempre, el de los 45 años de infamia, que podrá seguir fustigando a todo el que se oponga a sus designios. Eso sí, con la bendición del nuevo Gobierno, plural y tolerante, de España. Los cubanos no se lo merecen, nosotros tampoco.

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