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EDITORIAL

Kaczynski, la derecha que nunca se avergonzó de sí misma

Kaczynski nunca pidió perdón por ser de derechas y durante el ejercicio de sus responsabilidades públicas, para bien o para mal, obró siempre en consonancia con las ideas que compartía con sus votantes.

La muerte del presidente polaco Lech Kaczynski, víctima de un accidente de aviación en tierras rusas, une a la tragedia nacional que supone perder de esa forma al máximo representante del país la circunstancia de que, con él, ha desaparecido también su esposa y una parte muy importante de los líderes políticos de Polonia. Un accidente mortal durante el aterrizaje se convierte de esta manera en origen de una crisis institucional que, por fortuna, la madura sociedad polaca y la integridad de sus dirigentes nacionales están solventando dentro de las reglas del estado de derecho. Vaya por delante nuestra solidaridad con el pueblo polaco y nuestra admiración hacia los políticos supervivientes, que siguen manteniendo la normalidad democrática con una solvencia digna de encomio.

Kaczynski fue el político que una gran parte de los ciudadanos europeos de derechas hubiera querido tener en sus países. Al margen de posiciones discutibles en torno a asuntos que tienen que ver con las expresiones de libertad individual , algo a lo que todos tenemos derecho y no sólo los que comparten las creencias o ideas de los dirigentes políticos, lo cierto es que el fallecido presidente polaco, a diferencia de la meliflua clase conservadora de la mayoría de los países europeos, nunca pidió perdón por ser de derechas y durante el ejercicio de sus responsabilidades públicas obró siempre en consonancia con las ideas que compartía con sus votantes.

Sus recelos ante el giro que la Unión Europea iba a dar definitivamente con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa estuvieron también más que justificados. Para un pueblo tan sufrido a lo largo de la Historia como orgulloso de sus orígenes tal que el polaco, diluir la soberanía nacional en un marasmo burocrático extraterritorial nunca fue una buena noticia. Polonia sabe, mejor que cualquier otro país, lo que significa estar sometida al dictado de potencias extranjeras, y el hecho de cambiar Moscú por Bruselas no iba a significar más que una diferencia de grado. Kaczynski también lo entendió así y actuó en consecuencia hasta que, finalmente, dio su brazo a torcer firmando el tratado por cuestiones geoestratégicas, no sin antes exigir determinadas prevenciones que le llevaron a protagonizar sonoros encontronazos con la canciller Angela Merkel, en aquellos momentos al frente de la UE.

La diferencia con el europeísmo incondicional de los llamados centro-reformistas es notable, pero más aún si lo comparamos con otros presidentes como Zapatero, cuya única prioridad ha sido siempre "volver al corazón de Europa", a toda costa y a cambio de desaparecer como protagonista de la escena política continental, precio que gustosamente ha pagado en nombre de todos los españoles.

Hay muy pocas naciones sobre la Tierra, y desde luego ninguna en Europa, que hayan sufrido tantas tragedias como Polonia. La casualidad ha querido que su último presidente haya muerto precisamente mientras acudía a conmemorar el exterminio en Katyn de su elite política, militar y social en 1940 a manos del ejército soviético. Kaczynski ya no estará más dirigiendo el devenir histórico de su querida nación, pero entrega a sus compatriotas el legado de su compromiso con las ideas en que siempre creyó y la honestidad intelectual y el valor político para llevarlas a cabo sin pedir perdón por ello. Que la tierra le sea leve.

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