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EDITORIAL

La angustia del votante del PP

Por más que muchos votantes deseen que el PP abandone la deriva iniciada en las elecciones de marzo, no están seguros de si es lo más adecuado hacerlo castigando a quienes no se lo merecen.

Siempre hemos mantenido que la derecha sociológica, el votante de derechas, era mucho mejor que sus dirigentes políticos. Desgraciadamente, pocas veces como desde el congreso búlgaro de Valencia ha sido tan cierto ese aserto. La deriva comandada por Rajoy desde que perdiera por segunda vez las elecciones generales ha dejado a un importantísimo sector huérfano de una representación que defienda sus ideas y el programa de gobierno que les gustaría ver hecho realidad.

El problema que se le está presentando al votante desde entonces es mayúsculo. Ya no sabe qué hacer. Si no vota al PP está favoreciendo a Zapatero, el político que más ha hecho por destruir sus valores y todo aquello en lo que creen: España y la libertad. Por no hablar de sus graves responsabilidades en una crisis económica que muchos están padeciendo en toda su crudeza. Pero si lo vota, pondrá su granito de arena para que el PP se aleje más y más de él.

Muchos piensan en la alternativa que ofrece UPyD, que en algunos aspectos esenciales les representa mejor que el actual PP. El partido de Rosa Díez podría así recoger muchos votos de la derecha, especialmente en las europeas, que muchos toman como una oportunidad de enviar todo tipo de mensajes a los políticos dada su escasa importancia práctica. Otros, en cambio, piensan que al hacerlo darían su apoyo a quienes se oponen a sus ideas en asuntos tan esenciales como el económico o el educativo.

Además, los cabezas de lista de las próximas elecciones no se llaman Mariano Rajoy ni defienden necesariamente la deriva que ha encabezado estos meses. En casos como el de Mayor Oreja representan de hecho una visión de la política y de lo que debe ser el PP completamente opuesta a la consagrada en el discurso de Elche en el que se echó del partido a conservadores y liberales. Por más que muchos votantes deseen que el partido abandone esa línea, no están seguros de si es lo más adecuado hacerlo castigando a quienes no se lo merecen.

En definitiva, el mayor daño que ha hecho el nuevo Partido Popular nacido de las elecciones de marzo ha sido el infligido a sus propios votantes, que no saben qué hacer en las próximas citas electorales cuando en otras ocasiones habían puesto la papeleta del PP en la urna sin vacilar. Pero eso no significa que hayan cambiado de ideas y valores; es el partido que los representaba el que lo ha hecho. O, para ser exactos, sus actuales dirigentes. Saben que en el PP no sólo quedan personas como Mayor Oreja o Esperanza Aguirre que piensan distinto y lo dicen en voz alta, sino que posiblemente la mayoría del partido no esté de acuerdo con el camino que ha adoptado.

Lo más triste es que Rajoy está perdiendo la ocasión de dirigir un PP cohesionado tanto internamente como en lo ideológico –con una defensa coherente del ideario liberal-conservador– que pudiera desalojar a Zapatero de La Moncloa. Ha preferido dividir a su partido y a sus votantes, que no saben ya a quién votar. Esperemos que no se malgaste esa oportunidad antes de las próximas elecciones generales.

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