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EDITORIAL

La batasunización del nacionalismo catalán 'moderado'

El nacionalismo moderado es tremendamente responsable del actual estado de cosas y merece tener el grotesco y oprobioso final que está teniendo.

Desde la infausta sesión del Parlamento regional catalán del pasado 6 de septiembre, cuando las fuerzas separatistas dinamitaron el autogobierno del Principado dando criminosamente vía libre a la consulta liberticida del 1-O, la política catalana ha entrado de lleno en una fase de batasunización cuyas consecuencias están a la vista de todos.

En Cataluña, las autoridades políticas y judiciales leales a la Constitución han sufrido un acoso brutal, consentido, cuando no jaleado o directamente orquestado, por la propia Generalidad golpista y sus organizaciones lacayas. En Cataluña se ha instado desde el mismísimo Gobierno regional a las turbas separatistas a señalar a los alcaldes y funcionarios públicos no golpistas. En Cataluña se ha sometido a asedio a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y utilizado a la Policía autonómica como cooperadora necesaria de un golpe de Estado. En Cataluña se han perpetrado nauseabundas operaciones de agitprop y desinformación para vender a España en el exterior como una dictadura terrorífica. En Cataluña se ha acogido con desaforado entusiasmo a dirigentes de la banda terrorista ETA y ensalzado a criminales de la banda terrorista Terra Lliure como abnegados luchadores por la libertad en concentraciones respaldadas o directamente organizadas por la casta separatista. En Cataluña se ha concedido un protagonismo repugnante a los batasunos locales, empeñados en convertir el Principado en una Cuba plagada de comités de chivatos a la caza y denuncia de unionistas. En Cataluña, en fin, el nacionalismo moderado del capo Jordi Pujol, al que estupefacientemente se vendió durante tanto tiempo en el resto de España como un factor de estabilidad y racionalidad política esencial ya no para el Principado sino para la propia España, ha desovado este engendro que tiene por protagonista al impresentable fanático de Carles Puigdemont, tan miserable como cobarde e incompetente y que da tanta vergüenza ajena.

La consecuencia directa de esta batasunización demenciada ha sido el colapso electoral del referido nacionalismo moderado, que ya no sirve ni a los canallas que lo explotaron (siempre con dinero ajeno) durante tantos años pero que, de forma tan increíble como indignante, aún pretenden revivir ciertos ungidos en los mentideros y centros de poder madrileños.

El nacionalismo moderado es tremendamente responsable del actual estado de cosas y merece tener el grotesco y oprobioso final que está teniendo. Que sus legítimos descendientes –el separatismo golpista y antisistema de Esquerra, la CUP y la banda de Puigdemont– le hayan arrebatado el testigo no lo convierte en deseable ni en rescatable, ni siquiera como mal menor. A estas alturas debería tenerlo meridianamente claro todo el mundo, empezando por el Gobierno, al que no se debe consentir la abyecta infamia de su resurrección.

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