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EDITORIAL

La conjura de los medios

Los que dicen informarnos se han tomado, al menos en lo tocante a la campaña electoral norteamericana, unas inexplicables vacaciones

- Gana Kerry, ¿verdad Iñaki?
- Mira yo soy muy mayor para hacer conjeturas sabes...
- ¡Venga....!
- Tengo un currículum lleno de patinazos y... creo que sí
 
La mañana del miércoles amanecía de este modo en la cadena SER. A esas horas la candidatura de George Bush iba ya muy por delante en el escrutinio y pocos eran los analistas que se atrevían, siquiera a insinuar, que el senador Kerry fuese a imponerse en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Hasta los más conspicuos defensores de Kerry contenían la respiración en espera de que las tornas cambiasen, otros, sin embargo, se empeñaron en confundir su deseo con la realidad hasta el final. Iñaki Gabilondo fue el último, acaso el más apasionado, y puso el broche final a una campaña que ha terminado por convertirse en el paradigma del fraude mediático.
 
Y no sólo por la noche electoral. Desde el mismo arranque de la campaña, antes del verano, prácticamente todos los medios de comunicación se convirtieron en juez y parte de las que habían bautizado como las elecciones más reñidas de la historia de Norteamérica. En los Estados Unidos eso podría llegar a entenderse. Las empresas de la comunicación son dueñas de sí mismas y de alinearse editorialmente con quien crean conveniente. Así las cosas, CNN, CBS o el New York Times -entre otros muchos- se convirtieron desde el primer día en la columna mediática del candidato demócrata. Una solitaria cadena Fox en la del republicano. Todo parecía permitido entre los medios que se habían decantado por Kerry. El Times de Nueva York se sacó de la manga, cuarenta y ocho horas antes de la cita con las urnas, un escándalo sobre el robo de varias toneladas de explosivos cerca de Bagdad. La noticia era cierta, pero tenía año y medio de antigüedad. Los explosivos habían sido, efectivamente, sustraídos de un almacén de Bagdad, pero bajo el régimen de Sadam Hussein. Para Kerry fue un regalo en sus últimos mítines. Días antes, el prestidigitador televisivo Dan Rather, escenificó un aquelarre anti Bush en la CBS con información falsa del historial militar del ya reelecto presidente de la Unión.
 
Con todo, los excesos sectarios de la prensa americana han sido un juego de colegiales al lado de los que ha protagonizado la prensa de este lado del Atlántico, convaleciente de antiyanquismo crónico y presa de un odio cartaginés por todo lo que oliese a George Bush. En Francia, periódicos, canales de televisión y emisoras de radio han ejercido de agentes de la checa ideológica antiyanqui. Carlos Semprún Maura, colaborador de Libertad Digital, lo dejaba meridianamente claro hace unas semanas en estas páginas: los franceses votan a Kerry. En otras naciones de la vieja Europa la cantinela no ha sido muy diferente. Si los sondeos se empeñaban en situar a Bush como favorito, o se ocultaban estos sondeos o no se tomaban en serio. TVE, por ejemplo, sólo se hizo eco de una de las célebres encuestas del Washington Post, la única que daba por favorito a Kerry.
 
El odio por el republicano no se limitó a la adulteración premeditada de las noticias que venían de los Estados Unidos. Días antes de las elecciones, Canal+  preparó un vídeo promocional que incluía, dentro de un rápido montaje de planos, un grafismo en que podía leerse “Stop Bush!”. La cadena autonómica catalana TV3 no le fue a la zaga y dio un paso más hacia el abismo de la desinformación. En otro promocional los creativos de TV3 mezclaron imágenes del candidato republicano con planos de los atentados del 11 de marzo en Madrid. Ni el mismo Michael Moore en su más febril pesadilla hubiese podido concebir algo semejante en una cadena de televisión pública y de ámbito generalista.
 
Los días previos a las elecciones marcaron el fin de fiesta de esta ceguera colectiva que ha sufrido la prensa occidental. Varios medios españoles destacaron en diferentes ciudades americanas una auténtica legión de corresponsales para seguir la jornada electoral. Conexiones en directo, crónicas desde los lugares más insospechados y un solo objetivo: celebrar con la audiencia la caída de Bush y hacer buena la profecía progre que tanto ha calado entre la opinión pública pero que se ha demostrado falsa. Al final se ha impuesto la gravedad de lo real, tal y como apostillaba Lucrecio desde este diario horas después de que un alucinado Gabilondo diese por segura la victoria de Kerry.
 
Nunca antes se había visto nada parecido, y mucho menos desde lugares tan remotos para el americano medio como nuestro país. Los españoles ni votamos ni votaremos nunca en unas elecciones norteamericanas, simplemente porque no lo somos. Ni más ni menos. Involucrarse sentimentalmente del modo en que casi toda la prensa española lo ha hecho en las últimas presidenciales, da fe inequívoca del estado semicomatoso y ajeno a la realidad en el que se encuentra la profesión periodística. Los que dicen informarnos se han tomado, al menos en lo tocante a la campaña electoral norteamericana, unas inexplicables vacaciones, se han conjurado para que ahora muchos anden todavía preguntándose cómo es posible que Bush, ese gran Satán que se veía en el telediario, haya protagonizado una victoria histórica.            

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