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EDITORIAL

La crisis de las inmobiliarias

El Ministerio de Vivienda, dirigido por Trujillo, augura un "aterrizaje suave", algo que por sí sólo nos debería hacer temer un tremendo batacazo.

Con el derrumbe de Astroc como detonante, la semana bursátil ha estado marcada por fuertes bajadas que han tenido a las inmobiliarias como principal protagonista, y a constructoras y bancos como secundarios de lujo. Esta situación ha llevado a muchos a dar por finalizado el ciclo alcista del precio de la vivienda, aunque en principio el desplome en la Bolsa no tendría por qué trasladarse al coste de las casas. Pero lo cierto es que ya había razones más que suficientes para pensar en el pinchazo en el boom inmobiliario en el que ha vivido España los últimos años, que sin duda los inversores han tenido en cuenta a la hora de deshacerse de sus participaciones en las empresas inmobiliarias.

Hay que tener en cuenta que los negocios relacionados con la vivienda se dividen en dos sectores. El de la construcción es el relacionado con la elaboración física tanto de las viviendas como de las infraestructuras. Dados los largos plazos en los que se mueve, no caben esperar grandes cambios durante al menos este año y el siguiente; seguirá entregando alrededor de 700.000 viviendas nuevas en cada uno de ellos. En cambio, el inmobiliario es un sector comercial encargado de las transacciones, es decir, de la compra, venta y alquiler de las construcciones. Una demanda menor se les transmite inmediatamente, obligando a bajar precios o vender menos, algo que, en ambos casos, reduce sus beneficios. Dado que cada vez se quedan más viviendas sin vender no resulta extraño, pues, que bajen en Bolsa.

Nadie duda ya de que la subida de precios se va a detener. La duda está en si ese frenazo se quedará en eso o si se producirá un ajuste brusco que provoque un verdadero hundimiento: el famoso pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El Ministerio de Vivienda, dirigido por Trujillo, augura un "aterrizaje suave", algo que por sí sólo nos debería hacer temer un tremendo batacazo. Pero es que además hay que tener en cuenta que el efecto de las nuevas viviendas ya en proceso de construcción sobre el mercado es acumulativo, por lo que es lógico concluir que los precios de venta de las mismas desciendan considerablemente.

Es de temer los efectos que esto pueda provocar en la economía española, que ha abandonado desde los dos últimos años de Aznar las imprescindibles reformas que se iniciaron en 1996 y que necesitaba para mejorar la productividad. Zapatero y Solbes han preferido mantener las cosas como estaban lo que, dado su historial, casi ha sido lo mejor que nos podía suceder. Una reducción, a la velocidad que sea, del precio de las viviendas, reducirá la riqueza de las familias, que restringirán su consumo, lo que afectaría al crecimiento y, por tanto, al empleo. Eso ha sucedido en Estados Unidos, cuyo reducido crecimiento del último trimestre se debe a una bajada del 10% en 2006 en el precio de la vivienda. Sin embargo, el gigante norteamericano tiene la flexibilidad y capacidad innovadora como para aguantar el golpe mucho mejor de lo que pueda hacer España.

Cuando un sector produce demasiado para la demanda de los consumidores debe terminar por reducir su actividad, y el capital y los trabajadores han de moverse a otras áreas de la economía. Desgraciadamente, la rigidez del mercado laboral español dificultará enormemente este último tránsito. Es de esperar, por tanto, que el extraordinario ciclo económico que comenzó en la era Aznar esté llegando a su fin. No parece que los actuales mandatarios sean los más capacitados para hacerle frente.

En Libre Mercado

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