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EDITORIAL

La educación del mínimo esfuerzo

Hay algo peor que el abandono escolar de quienes no quieren aprender, y es la obligación, en detrimento de los demás alumnos, de retenerlos aunque no asuman las obligaciones que debería llevar aparejadas su derecho a la enseñanza.

No hay teoría del aprendizaje que no relacione el esfuerzo y su influencia en el nivel del éxito o fracaso del alumnado. Sin embargo, está visto que para el Gobierno de Zapatero el valor del esfuerzo –como el de la disciplina– es algo caduco, propio de épocas pretéritas, por lo que su única solución para el problema del elevado fracaso escolar en nuestro país pasa por rebajar todavía más el nivel de exigencia en la enseñanza. Así, y en un primer momento, el Ejecutivo de Zapatero aprobó por decreto que los alumnos pudieran pasar a segundo de bachillerato aunque tuvieran tres y hasta cuatro asignaturas suspendidas del curso anterior.

Tras la reciente sentencia del Tribunal Supremo, que ha anulado dicho decreto y que ha recordado que la LOE sólo permite pasar a segundo de bachillerato con dos materias suspendidas como máximo, el Ministerio que ahora dirige Ángel Gabilondo ha vuelto a la carga y ha anunciado un "acuerdo" por el que los estudiantes de primero de bachillerato que suspendan tres o cuatro asignaturas no tendrán obligatoriamente que repetir curso sino que podrán matricularse al año siguiente sólo de las materias suspensas conservando las notas restantes. El Ministerio ofrece también a esos alumnos la posibilidad de matricularse de todas, pero pudiendo conservar las notas sacadas en las aprobadas en caso de que en el nuevo curso las empeoren.

Antes de analizar ambas posibilidades, hay que señalar que ese "acuerdo", supuestamente alcanzado este martes en el seno de la Comisión General de Educación entre el Ministerio y las Comunidades Autónomas, no ha logrado la unanimidad que ha pretendido transmitir el Departamento de Gabilondo. Varios viceconsejeros y directores generales –entre ellos, la viceconsejera madrileña de Educación Alicia Delibes– han mostrado su rechazo o bien han expresado su deseo de tener más tiempo para valorar lo que no es otra cosa que una propuesta.

Por nuestra parte, rechazamos ambas posibilidades por varios motivos. La primera posibilidad –la de cursar solo las asignaturas suspendidas– propicia la ociosidad de quienes sólo asistirán a clase unas determinadas horas, habituándolos a hacer en dos años lo que deberían hacer en uno. En cuanto a la posibilidad de volver a matricularse también en las asignaturas ya aprobadas, pero conservando la nota del año anterior en caso de que las suspendan, eso es tanto como dar validez a un fracaso. La motivación es inseparable del esfuerzo, pero ¿qué motivación van a tener estos alumnos para conservar y mejorar su conocimiento de lo que han aprendido si pueden conservar una nota que ya no refleja su conocimiento de la materia?

Por otra parte, difícilmente educaremos a los alumnos en el valor del esfuerzo si, para empezar, ni ellos ni nosotros somos conscientes del enorme esfuerzo económico que para los contribuyentes encubre la mal llamada "gratuidad" de la enseñanza. No debería ser de recibo que el dinero de los contribuyentes sirva para perpetuar indefinidamente a los alumnos en un sistema educativo a la espera de obtener unos títulos degradados. La enseñanza debe estar abierta a los alumnos sin recursos económicos, pero no a los alumnos sin voluntad de esforzarse en el aprendizaje. Hay algo peor que el abandono escolar de quienes no quieren aprender, y es la obligación, en detrimento de los demás, de retenerlos a toda costa, aunque no asuman las obligaciones que debería llevar aparejadas su derecho a la enseñanza. Esa obligación se llama esfuerzo y mérito, y es precisamente lo que se debilita con la nueva propuesta de este Gobierno.

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