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EDITORIAL

La familia y la persona

Frente a quienes tratan de calmar sus nostalgias colectivistas y triviales en el Estado, Benedicto XVI ha defendido el primordial entorno familiar y a la educación cristiana como “educación de la libertad y para la libertad"

Una vez que la asignatura de religión, tanto en su versión confesional como cultural, sea degradada académicamente —tal y como es el deseo del Gobierno de Zapatero— es posible que pase más desapercibida la bochornosa confusión entre un rosario y un "collar de perlas con una crucecita" en la que han incurrido los representantes de Moncloa. No sabemos si esta confusión, así como la negativa del presidente del Gobierno a asistir a la misa y a la despedida del Papa, se debe a la involuntaria falta de cultura y educación elemental que caracteriza a la gentecilla que nos gobierna o simplemente obedece a su deliberada y no menos acreditada hostilidad anticlerical.
 
En cualquier caso, el objetivo de la visita del Papa a Valencia no era otro que la defensa de la familia, institución que, desde antes de Platón y hasta nuestros días, ha sufrido el desprecio, junto a la propiedad privada y la libertad individual, de todo movimiento colectivista y totalitario. Para Benedicto XVI, la familia es, por el contrario, la "mejor garantía de la dignidad, la igualdad y la libertad de la persona". Si la emancipación del individuo respecto al disolvente y hermético magma de la tribu encontró su palanca en la irrupción de la institución familiar, la religión en general y el cristianismo en particular, le han otorgado un carácter sagrado, como bien refleja la relación con Dios, al que se la da consideración de "Padre", y con todos los hombres, a los que se les da la consideración universal de "hermanos".
 
Frente a quienes tratan de calmar sus nostalgias colectivistas y triviales en el Estado, Benedicto XVI ha defendido el primordial entorno familiar y a la educación cristiana como "educación de la libertad y para la libertad"; una libertad individual que no ha de ser confundida, ciertamente, con "la del sujeto autónomo, ajeno a su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos", sino la que le confiere "a cada ser humano su dignidad", la que le hace "a imagen y semejanza de Dios" y la que le hace "sujeto de derechos y deberes inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo el grupo social".
 
Ni que decir tiene que frente a la mentira institucionalizada y legalizada en España que equipara el matrimonio con la unión de personas del mismo sexo y que trata de privar a los niños en adopción de la figura paterna o materna, el Papa ha defendido el matrimonio como la unión entre hombre y mujer, origen de esa ámbito familiar donde el hombre "puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral" y que es "comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones".

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