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EDITORIAL

La gravedad de lo que está pasando

Que la mayoría de los españoles no sean conscientes de la extrema gravedad de lo que está pasando, no es un obstáculo para denunciarlo, sino, por el contrario, la principal razón para hacerlo

Aunque este domingo, en lugar de atentar contra cuatro empresas en Guipúzcoa, ETA hubiera anunciado un nuevo comunicado de tregua indefinida para comprobar la sinceridad del “diálogo” y “el proceso de paz” que le propone José Luis Rodríguez Zapatero, la claudicación moral y política de este presidente de gobierno no debería quedar menos en evidencia.
 
Porque lo grave no es que ETA quiera más, sino que haya un gobierno que, para mantener satisfechos a sus aliados independentistas y tratar de contentar a quienes, como los terroristas, no se van a contentar, ya haya hecho pública su disposición a poner en tregua el Estado de derecho y sentarse a negociar con quienes el imperio de la ley exige, en todo momento, entregar a la justicia. Lo grave es que, contra el espíritu y la letra de la Ley de Partidos, haya un gobierno que ya haya pagado –sí, por adelantado- precios políticos a ETA, tan flagrantes como permitir a sus partidarios presentarse a las elecciones o negociar con ellos, tal y como se dispuso la semana pasada Patxi López, el fin del Estatuto de Guernica.
 
Lo grave es que haya un gobierno que, en lugar de tratar de acabar con los terroristas haciéndoles perder toda esperanza, trate de satisfacerlos ofreciéndoles algo que los terroristas entienden como señal de que pueden conseguir mucho más. Lo grave es que España sea el único país occidental donde a los terroristas no se les da certeza del cumplimiento íntegro de sus penas. Lo grave es que España sea el único país en donde algunos medios de la oposición le pidan al líder de la oposición que modere sus críticas a un presidente de gobierno que, como ZP, gobierna con formaciones secesionistas, aliadas tácticas de una organización, secesionista y criminal, que ya lleva casi un millar de asesinados. Lo grave es también que quienes lamentan la inmerecida popularidad de ZP estén dispuestos a reforzarla con una pasividad que disfrazan de paciencia y de prudencia.
 
Porque, claro, si la oposición, política y mediática, debe esperar a desenmascarar a ZP ante la opinión pública hasta que ZP quede desenmascarado, esperaran siempre o tanto como lo hicieron aquellos a quienes un loco les había aconsejado “prudentemente” no meterse en el agua hasta que hubieran aprendido a nadar...
 
Porque lo que debilita la esperanza es que, siendo pocos, todavía haya medios, supuestamente partidarios de la oposición, que se muestran preocupados, en lugar de satisfechos, por la reacción de rechazo de los medios del gobierno a la histórica intervención del principal líder de la oposición en el pasado Debate sobre el Estado de la Nación. ¿Debemos sorprendernos de las carcajadas que a veces se filtran del Consejo de Administración de Prisa? ¿Cómo es posible que haya diarios que, sin ser socialistas ni nacionalistas, silencian la indignación de las víctimas, al tiempo que, con ello, se permiten reprochar a Rajoy que diga que ZP, con su política, “traiciona a los muertos”?
 
Ya son bastante fuertes los medios del gobierno y sus aliados para que vengan a ayudarles los complejos de sus oponentes mediáticos. Que la mayoría de los españoles no sean conscientes de la extrema gravedad de lo que está pasando, no es un obstáculo para denunciarlo, sino, por el contrario, la principal razón para hacerlo. Hay que reservar las “medias tintas” para los grados realmente intermedios. Y que un presidente de gobierno siembre indignación entre las víctimas, mientras da esperanzas a sus verdugos no es ocasión para ellas. Más bien lo es para volver a recordar aquella máxima de Marías de que “no hay que rehuir los extremos cuando es menester: una estimación tibia ante lo que merece entusiasmo es un error; un débil desagrado o mohín de displicencia ante lo repugnante es una cobardía”. Una suicida cobardía.

En España

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