La izquierda está aprovechando el turbio caso Bárcenas y la calamitosa gestión que del mismo está haciendo el Partido Popular para poner toda la carne en el asador de la desestabilización. Pone el grito en el cielo, se solivianta, cerca sedes populares, en una puesta en escena que causa tanta indignación como vergüenza ajena: la izquierda española, con su pavoroso historial de desvalijamiento del Estado y corrupción, que llega hasta esta misma hora, rasgándose las vestiduras... Sería de risa si no fuera de pena y diera tanta rabia.
Rubalcaba, uno de los capos del PSOE de la megacorrupción y el saqueo del Estado (Filesa, Roldán, AVE, BOE, Fondos Reservados...), no puede, no debe dar lecciones de nada. Sino estar pendiente de cómo se sustancian casos como el denominado Campeón o el de los ERE falsos, por poner sólo un par de ejemplos no menores y, ciertamente, no lejanos. Qué decir de las opaquísimas UGT y CCOO, cuyas cuentas nadie controla pero que tienen el descaro de pedir a los demás transparencia. Y para qué hablar de la izquierda callejera, con sus bochornosas concentraciones espontáneas, no pocas veces violentas, en las que se le sale de madre la pulsión liberticida. Lejos de ser la solución, son parte sustancial del problema. Un insidioso fardo insoportable.
España necesita una izquierda menos siniestra. Una izquierda antagónica de un PSOE, una IU, unos sindicatos impresentables y en la línea en que se mueven partidos como UPyD y Ciudadanos. Una izquierda moderna, responsable, con sentido de Estado y capaz de predicar la integridad con el ejemplo.