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EDITORIAL

Un gran Papa

Pocos papas han sostenido con tanto empeño que entre fe y razón no hay hostilidad, sino sinergia fecunda y fructífera.

Después de ocho años de pontificado, y a sus casi 86 años, Benedicto XVI ha sorprendido al mundo con el anuncio de su renuncia. Una decisión meditada, tomada después de haber "examinado ante Dios reiteradamente" su conciencia y llegar a la certeza de que, por su "edad avanzada", ya no tiene fuerzas para "ejercer adecuadamente el ministerio petrino".

Teniendo en cuenta que no tiene antecedentes en los últimos seiscientos años, sería absurdo presentar la decisión de Benedicto XVI como algo frecuente o habitual. No lo es en absoluto. Ahora bien, la renuncia de un Papa a su ministerio es una anomalía estadística, no teológica. Por sorprendente que sea, esta decisión no oculta oscuras maniobras, ni supone una falta de coherencia o de fidelidad al ministerio ni, en definitiva, contraría el orden natural de las cosas. El propio Benedicto XVI decía en 2010, en el libro-entrevista Luz del mundo:

Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho, y, en ciertas circunstancias, también el deber, de renunciar.

Benedicto XVI siempre entendió el pontificado como un servicio a los demás, y es lógico que, si está convencido de que su estado y su vigor físico pueden entorpecerlo, haya decidido ceder el testigo de San Pedro.

Por otro lado, y al margen de la atípica forma en que ha concluido, el pontificado del Papa alemán deja un legado de altísimo nivel teológico. Destacan las tres encíclicas que publicó, sobre temas fundamentales en la vida del cristiano. La primera, Deus caritas est, abunda en la decisiva cuestión del amor en su relación con la propia Iglesia y con Dios. Un año después salió a la luz Spe Salvi, tema clásico del cristianismo, donde Benedicto XVI confronta las respuestas que la filosofía y la política han dado a la necesidad humana de esperanza. Por último, en Caritas in Veritate planteó una nueva reflexión sobre las cuestiones sociales de interés general, al hilo del magisterio de la Iglesia. También conviene destacar la trilogía que ha dedicado a Cristo: La infancia de Jesús, donde incide en la necesidad de evitar la separación entre "el Jesús histórico y el Cristo de la Fe"; Jesús de Nazaret, un repaso de la vida pública del Señor, y Jesús de Nazaret. De la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección.

Pocos papas han sostenido con tanto empeño que entre fe y razón no hay hostilidad, sino sinergia fecunda y fructífera. A pesar del cliché que le presenta como frío y conservador, Benedicto XVI se ha volcado en difundir la idea de que Dios es amor y es razón. Esta concepción tan genuinamente cristiana, y su consiguiente reivindicación de la libertad y la tolerancia, le pudo llevar a alguna controversia con el islam, como en su célebre y espléndida conferencia de Ratisbona (2006). Asimismo, cabe destacar el impulso que ha dado al ecumenismo.

Al margen de la claridad y firmeza con que ha sabido afrontar asuntos tan graves como los casos de los sacerdotes pederastas o el escándalo desatado por la traición y el robo de documentos protagonizados por su mayordomo, el gran teólogo Ratzinger, una vez convertido en Benedicto XVI, se reveló un gran predicador, que ha hecho accesibles a todo tipo de personas los contenidos de la Fe y, aun sin tener el carisma de su antecesor, se ha ganado el cariño y el respeto ya no sólo de sus feligreses, sino de multitud de gentes no católicas.

Con toda seguridad, Benedicto XVI pasará a la historia como un gran sucesor de Pedro, con independencia de la atípica pero razonable forma en que ha decidido ceder el testigo.

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