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EDITORIAL

La UE debe recuperar sus orígenes

Europa y el euro afrontan este año varias pruebas de fuego de cuya resolución dependerá la continuación o no de la UE tal y como la conocemos.

El mercado común europeo ha sido un gran invento, quizá el mejor instrumento que ha alumbrado el Viejo Continente en su larga y accidentada historia para garantizar el clima de paz, prosperidad económica y estabilidad política que se ha experimentado en las últimas décadas, tras las trágicas guerras mundiales sufridas en la primera mitad del siglo XX y las constantes pugnas bélicas registradas en el pasado. Sin embargo, la UE se enfrenta hoy a un panorama de inseguridad, recelo e incertidumbre, ante un horizonte cuyos nubarrones son numerosos y preocupantes.

El Brexit marcó un punto de inflexión en el progresivo proceso de integración europea que se puso en marcha tras el nacimiento de la Unión, pero puede no ser el único. Europa y el euro afrontan este año varias pruebas de fuego de cuya resolución dependerá, en gran medida, la continuación o no de la UE tal y como la conocemos. Las elecciones que celebrará Holanda la próxima semana y los posteriores comicios en Francia son las dos primeras citas clave. El populismo de nuevo cuño, tanto de izquierdas como de derechas, cuyo auge ha afectado a Europa en mayor o menor grado, parte de una excelente posición en las encuestas para lograr unos buenos resultados electorales. Cosa distinta es que los antieuropeístas Geert Wilders, en el caso de Holanda, y Marine Le Pen, en el de Francia, logren el apoyo suficiente como para gobernar, pero su inédito crecimiento constata que algo grave está sucediendo en el seno de la Unión.

Las causas de este descontento social son múltiples, desde la fuerte crisis económica que han registrado los países del sur y sus devastadores efectos sobre el desempleo, hasta el rechazo a las políticas migratorias de puertas abiertas procedentes de terceros países en el este y el centro de Europa, la ineficacia de las instituciones comunitarias para combatir el terrorismo o el hartazgo de las economías ricas con la política de rescates soberanos y laxitud monetaria aplicada en los últimos años para salvar a los estados más díscolos e irresponsables. Los líderes comunitarios están ahora enfrascados en una nueva ronda de duras y complejas negociaciones para decidir el futuro que debe adoptar la UE tras la inesperada salida de Reino Unido y el auge de movimientos populistas que amenazan con seguir la senda marcada por Londres. De hecho, ya se habla de la Europa de varias velocidades, en alusión al parón que, previsiblemente, sufrirá el intenso proceso de integración política iniciado con la firma del Tratado de Lisboa en 2007.

Pero, llegados a este punto, cabe recordar que lo que ha fracasado estrepitosamente no es el mercado único, la semilla que originó la posterior UE, sino el intento denodado de los políticos por construir una especie de súper estado europeo, cuyo poder y ámbito competencial no ha dejado de crecer a costa de los estados nación, pese a carecer del necesario respaldo social. Prueba de ello es es que la mayoría de los europeos ve con buenos ojos el Tratado de Roma que originó la UE en 1957, pero recelan cada vez más de la actual estructura comunitaria, donde ni Bruselas ni su ejército de eurócratas los representan.

La UE debe abandonar por completo su alocado proyecto de avanzar hacia un gran Estado europeo para, a cambio, recuperar la esencia y el auténtico espíritu de la Unión, que no es otro que el de garantizar un gran mercado común sustentado sobre el libre movimiento de personas, productos y capitales, al tiempo que se refuerzan y coordinan de forma eficaz aquellas políticas comunes que sean clave, como es el caso de la defensa y la seguridad. La UE debe volver a inspirarse en la Europa de los mercaderes y dejar atrás la Europa de los eurócratas para garantizar su supervivencia.

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