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EDITORIAL

Laicismo, pero sólo contra los católicos

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero está inmerso en una cruzada permanente contra el cristianismo, mientras se muestra extraordinariamente próvido con otras culturas, incluso si son tan opresoras y arcaicas como la islámica.

La polémica por el uso del velo islámico en los centros de enseñanza, como ha ocurrido recientemente en un instituto de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, es un ejemplo, otro más, de cómo la coacción institucional provoca más problemas que los que pretende resolver.

Vaya por delante nuestro respeto a las decisiones individuales de los ciudadanos respecto a su indumentaria o sus prácticas religiosas, si bien es cierto que en el caso del velo musulmán portado por niñas resulta difícil determinar hasta qué punto es una decisión de las jóvenes o una imposición parental para respetar determinados usos socioreligiosos. En todo caso, estas cuestiones no se resuelven con la redacción de nuevas leyes para imponer una regla uniforme según el particular criterio del partido en el poder, sino, como ha hecho acertadamente la Comunidad Autónoma de Madrid, dejando que los propios centros, de forma independiente, decidan sobre las normas internas que deben regular la convivencia de la comunidad escolar. En última instancia, esa decisión equivale a permitir que los padres decidan el modelo de contexto educacional que quieren para sus hijos, y nada hay más sano ni más apropiado que los propios ciudadanos decidan libremente cómo quieren ordenar su vida y la de los suyos.

Ahora bien, dicho esto, es también necesario constatar, una vez más, la profunda hipocresía de los socialistas a la hora de tratar asuntos que afectan a los derechos y libertades de los ciudadanos, especialmente en todo lo que se refiere a las creencias religiosas particulares y el respeto que el Estado debe observar hacia ellas.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero está inmerso en una cruzada permanente contra los principios y valores que informan nuestra civilización, imposibles de desligar del legado cristiano sedimentado a través del paso de los siglos, mientras que se muestra extraordinariamente próvido con otras culturas, incluso si hacen gala de un profundo desprecio por los derechos y libertades de las personas, como ocurre con el islam. Si el laicismo radical de Zapatero exige la supresión de toda manifestación pública de la religión según las arcaicas tácticas del marxismo, debería explicar el por qué de su docilidad hacia una confesión teocrática como el islam que exige la sumisión de la vida civil a los preceptos de su fundador, lo que incluye el menosprecio hacia la mujer en todas las esferas. El perfectamente inútil ministerio de Igualdad también podría ilustrarnos sobre la curiosa forma en que sus grupos subvencionados de presión se felicitan de la existencia de nuestro país de unas prácticas que, sobre el papel, deberían ser los primeros interesados en erradicar.

Es necesario exigir al Gobierno que deje de meter las manos en asuntos que no le competen como el derecho de los ciudadanos a expresar sus convicciones religiosas, siempre que no dañen los derechos y libertades de terceros. Pero, sobre todo, urge demandarle a Zapatero un mínimo de decencia intelectual. Nuestra herencia helénica, tamizada por Roma y materializada en el cristianismo, es demasiado valiosa para que un puñado de sectarios encaramados al poder la arrasen mientras otorgan carta de naturaleza a creencias foráneas que, estas sí, suponen un retroceso brutal en el camino de civilización que tanto esfuerzo nos ha costado recorrer.

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