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EDITORIAL

Liberia: ¿fin de la carnicería?

Hasta principios de los ochenta, Liberia fue uno de los pocos remansos de paz en una África desangrada por guerras civiles de origen tribal que, en la inmensa mayoría de los casos, han tenido su origen o pretexto en los deseos de expansión del ex imperio soviético a costa de las ex colonias europeas y, sobre todo, en el control de las riquezas naturales que caen a uno u otro lado de las fronteras artificiales que trazaron los colonizadores. El sangriento golpe de Estado protagonizado por Samuel K. Doe, quien depuso al presidente William R. Tolbert, puso fin al predominio del True Wigh Party, centenario partido-estado controlado por la minoría de los descendientes de los esclavos libertos procedentes de los estados abolicionistas de EEUU. Se inauguró un periodo de inestabilidad y luchas por el poder entre facciones tribales –exacerbadas por las atrocidades cometidas por Doe contra los miembros de otras tribus distintas a la suya– que acabó sumiendo a Liberia en un estado de guerra civil permanente, financiado por la abundancia en oro y diamantes del que fue, junto con Etiopía, el único estado independiente de África durante la colonización europea.

Únicamente la terrible sangría de los últimos años, la salvaje crueldad de los dos bandos y el hecho de que tanto el ejército rebelde como el de Charles Taylor –el señor de la guerra que logró el predominio tras la década de los noventa– están compuestos en su mayoría por niños y adolescentes, han hecho salir de su indiferencia a la comunidad internacional y a EEUU, el país que creo Liberia en el primer tercio del siglo XIX como patria alternativa de sus esclavos negros liberados y que ha sido su protector durante toda su existencia.

En 1990, la comunidad internacional, especialmente los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (cuyos principales miembros son Nigeria y Costa de Marfil), enviaron tropas de interposición y forzaron una precaria paz que, tras unas delirantes elecciones, dio el poder a Charles Taylor, en gran parte responsable de la desestabilización posterior de sus vecinos sierraleoneses, guineanos y costamarfileños, con el comercio de diamantes como telón de fondo. La antigua pacífica cleptocracia con ribetes de aparheid del True Wigh Party se transformó, primero con Doe y luego con Taylor en una cleptocracia asesina que ha costado la vida a casi 300.000 personas de una población de unos 3 millones.

Más de una década después, las fuerzas de interposición de Nigeria y de Costa de Marfil consiguen de nuevo parar momentáneamente la carnicería con la salida obligada –exigida tanto por Bush como por los rebeldes– de Taylor; quien, cediendo el poder a su vicepresidente, ya ha anunciado con despecho que volverá. La inmensa fortuna personal que Taylor amasó durante sus años de señor de la guerra y durante su etapa en el sillón presidencial hacen temer que pueda ser así y que Taylor intente de nuevo hacerse con el poder una vez que la comunidad internacional se olvide de Liberia y las tropas de interposición se hayan marchado. Los feroces odios –fundamentalmente tribales– excitados durante una larga década de guerras, y las inmensas riquezas que atesora Liberia en sus selvas y en su subsuelo la convierten en presa fácil de los señores de la guerra tribales, quienes encuentran más sencillo y lucrativo dominar una parte del territorio –con sus riquezas naturales correspondientes– que arriesgarse a perderlo todo en unas elecciones, sobre todo si se tiene en cuenta el precedente de Taylor.

Esta vez, la comunidad internacional tendrá que realizar un esfuerzo mucho más serio de pacificación y desmilitarización de la población liberiana del que hizo a principios de los noventa, pues personas –muchas de ellas niños y adolescentes– acostumbradas a imponer su ley a punta de fusil durante años no se reciclan fácilmente en pacíficos ciudadanos respetuosos del orden democrático, a no ser que éste signifique el auténtico fin de las discriminaciones y de la cleptocracia. Las condiciones previas para una paz duradera pasan, pues, por la efectiva igualdad de derechos de todas las etnias, tribus y minorías; así como por un razonable reparto de los beneficios asociados a la explotación del oro, los diamantes, las maderas preciosas y el caucho que atesora Liberia. De otro modo, el fin de la carnicería será sólo provisional.


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