Menú
EDITORIAL

Los arrogantes y politizados mendigos del cine

Frédéric Bastiat fue quizá el divulgador más brillante que tuvo la ciencia económica en el siglo XIX, y probablemente el defensor más agudo y mordaz que ha tenido nunca el sufrido contribuyente. Si hubiera que elegir alguno de sus cáusticos apotegmas para condensar sus enseñanzas, no cabe duda de que habría que recurrir a este: "El Estado es la gran ficción por la que todos nos empeñamos en vivir a expensas de los demás". Todos los que han fracasado en la siempre difícil tarea de complacer al consumidor, y sobre todo los que jamás lo han intentado ni desean intentarlo, han sentido alguna vez la tentación de vivir a costa de él por medio de otras vías. Es decir, si el ciudadano no compra de grado, que lo haga por la fuerza: a través de los impuestos.

 Normalmente, el sentido del decoro siempre ha exigido enmascarar una pretensión tan indecente con excusas y eufemismos más o menos elaborados. Con falacias que logren convencer tanto al Gobierno como al contribuyente de que la prosperidad y el bienestar general exigen constantes transfusiones de dinero público a quienes se obstinan en seguir produciendo lo que nadie quiere o en seguir vendiendo a precios para los que no hay compradores. Unas veces la excusa será el mantenimiento del empleo, otras la protección del "tejido industrial", otras la autarquía y otras la conservación del medio ambiente.

 No obstante, existen excepciones a esta regla general, pues de todo ese grupo de productores abandonados por sus clientes hay quienes deciden seguir la estrategia opuesta. Se trata de la "gente del cine". En lugar de recurrir al sofisma o a la cortina de humo para ocultar sus verdaderas intenciones, recurren a la chulería, la audacia y el chantaje para asaltar la cartera del contribuyente. En lugar de mostrarse abrumados por su incapacidad para competir con sus colegas de allende los mares contando historias que interesen a la gente, se permiten insultar al espectador recriminándole su supuesta incultura, frivolidad, mal gusto y falta de sensibilidad... por preferir sistemáticamente las producciones norteamericanas a los tostones con moralina política, social o sexual que se producen por estos pagos.

 En definitiva, la "gente del cine" ni siquiera trata de convencer a sus conciudadanos de que su mendicidad es beneficiosa para el interés general. Se lo impide su soberbia de intelectuales autoproclamados, con la que se colocan a miles de kilómetros por encima del ciudadano de a pie para exigirle que cumpla con su "obligación" de mantener a quienes tan misericordiosamente le rescatan de la vulgaridad americanizante, le salvan del aburrimiento, y, sobre todo, le muestran las duras realidades de la calle para despertarle una conciencia política adormecida por el "consumismo".

 La afición de la mayoría de los actores y cineastas españoles por hacer política de pésima calidad –casi siempre prototalitaria y liberticida– entre bastidores les ha hecho olvidar que la inmensa mayoría de los espectadores va al cine, como dejaron claro Stanley Donen, Betty Comden y Adolf Green en Cantando bajo la lluvia, generalmente a entretenerse, a divertirse y a reírse. También para elevar el espíritu y olvidarse por un rato de los problemas cotidianos. Pero casi nunca para que le adoctrinen y le informen de "lo que pasa en el mundo", como en el NODO. Porque para eso ya están las librerías, los medios de comunicación e Internet.

 Ni que decir tiene que, como subrayó la "gente del cine" en la Gala de los Premios Goya, la libertad de expresión ampara a todo aquel que decida servirse del séptimo arte como plataforma de propaganda política o vehículo de denuncia de graves problemas sociales como los malos tratos. Ahora bien, los que se decidan a hacerlo también deberán respetar la libertad de expresión de quienes se sientan ofendidos por el contenido de sus creaciones. Tendrán, por supuesto, derecho a cobrar entrada. Pero deberán asumir también todos los gastos y las pérdidas o encontrar un rico mecenas –Polanco– si el público decide no verlas. Porque la libertad de expresión subvencionada puede degenerar fácilmente en lo que hacían Eisenstein y Leni Rieffenstal. Por cierto, dos de los cineastas más geniales del siglo XX... eso sí, al servicio del totalitarismo comunista el primero, y del nazi la segunda.

En Sociedad

    0
    comentarios