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EDITORIAL

Como siempre: de vergüenza

El mundillo del cine apoltronado ha vuelto a infligirnos una gala de los Goya patética, insufrible, de auténtica vergüenza ajena.

El mundillo del cine apoltronado ha vuelto a infligirnos una gala de los Goya patética, insufrible, de auténtica vergüenza ajena. Sólo ha dejado de ser tediosa para convertirse en abominable cuando ha devenido bochornoso aquelarre político, de una demagogia especialmente repugnante por venir de sujetos que con escandalosa frecuencia viven muy por encima de sus posibilidades y capacidades gracias al dinero del sufrido e ignorado contribuyente, pagano involuntario de sus desbarres.

Cuando se escuchan soflamas como algunas de las evacuadas anoche en el Centro de Congresos Príncipe Felipe es casi obligado recordar las aceradas críticas de José Cadalso a esa clase especialmente insoportable de ungido que "se figura a sí mismo tan incomprensible como los demás le conocen necio". No saben siquiera de lo suyo pero van por ahí arreglando el mundo a golpe de consigna barata. Si no fueran tan insolentes y arrogantes darían hasta lástima.

Que hagan, digan, griten, graben lo que quieran. Pero con su dinero. Única y exclusivamente con su dinero. Basta ya. En momentos tan difíciles como los que vivimos, ya no es un despropósito darles un solo euro, sino una afrenta a los que peor lo están pasando y a los que, de muy mala gana y sólo porque se les fuerza, ponen el dinero de su bolsillo. Goya, estamos seguros, no pondría un pero.

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