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EDITORIAL

Marruecos y nuestra política exterior

España debe volver a jugar un papel determinante en el Mediterráneo, por la propia seguridad de nuestras fronteras y de todos los españoles.

Los continuos problemas a los que se enfrentan nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad en las fronteras de Ceuta y Melilla, consecuencia de la presión migratoria de los africanos que pretenden llegar a Europa a cualquier precio, dependen en gran medida del grado de colaboración de las autoridades marroquíes en un asunto que manejan como una herramienta más de su política exterior. Como saben bien nuestros policías y guardias civiles, sus colegas al otro lado de la valla juegan un papel crucial en el mantenimiento de la seguridad, pues su acción en territorio marroquí es determinante para evitar los intentos de asalto masivo con que periódicamente tienen que lidiar nuestros agentes.

Las ambiciones territoriales de Mohamed VI sobre Ceuta y Melilla, dos ciudades de indiscutible soberanía española sobre lo que no caben dudas a la luz del derecho internacional, son un elemento estratégico que vertebra la política exterior de Marruecos y es utilizado en clave interna cuando el monarca lo necesita para desviar la atención de los problemas reales que sufre su pueblo. Como hizo su padre con el Sáhara, territorio donde Marruecos sigue manteniendo una posición abusiva a despecho de las resoluciones de la ONU, Mohamed VI busca aprovechar la debilidad de España a causa de los agudos problemas internos, también de carácter territorial, con que lidia actualmente nuestro país.

La amenaza de Marruecos sobre la soberanía española de Ceuta y Melilla habría perdido toda su vigencia si España hubiera mantenido el vínculo atlántico establecido durante la presidencia de José María Aznar. La alianza con Estados Unidos como socio de referencia en el Mediterráneo occidental, por su carácter disuasorio, hubiera permitido a nuestro país garantizar sin ningún tipo de fisuras la tranquilidad de nuestra frontera sur. Los años de Zapatero al frente del Gobierno fueron tan desastrosos y su política exterior tan insensata que hoy es Marruecos el referente norteamericano en la zona, precisamente el país con el que mantenemos la línea fronteriza más problemática de toda la UE.

El Gobierno de Rajoy no parece que esté actuando para revertir el rechazo estadounidense que, de forma muy justificada, se ganó a pulso la gestión del inefable Moratinos y su jefe Zapatero. Si en clave interior la política de Rajoy es no hacer política, en las cuestiones más polémicas del exterior tampoco se perciben impulsos decididos para abordar graves cuestiones como nuestras relaciones con Marruecos y la seguridad de Ceuta y Melilla. La existencia de un flujo importante de radicales islamistas marroquíes que acuden a integrarse en las filas del Estado Islámico es otra grave amenaza que se suma a nuestros problemas con Marruecos por la posibilidad de que, a su vuelta, algunos de estos miles de yihadistas intenten entrar en suelo europeo a través de España.

Es un error que el Gobierno centre su acción de manera exclusiva en solventar los problemas puntuales que ocurren en la valla fronteriza de Ceuta y Melilla. España debe volver a jugar un papel determinante en el Mediterráneo, no sólo como herramienta para nuestra proyección exterior, sino también por la propia seguridad de nuestras fronteras y de todos los españoles. Pero nada de esto será posible si el Gobierno no engloba nuestros problemas fronterizos en un objetivo más ambicioso, que convierta a España en el socio fiable para las grandes potencias y las organizaciones internacionales que fue en otro tiempo.

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