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EDITORIAL

Ministra por la mínima

El responsable del caos ferroviario en Barcelona no es Álvarez sino Zapatero, que lo asume como propio al defender a capa y espada a la primera.

A poco más de tres meses de concluir la presente legislatura y con las encuestas de frente, el Gobierno se ha embarcado en la quijotesca tarea de salvar a cualquier costa el pellejo de su ministra más incompetente. No ha bastado el clamor popular en Cataluña contra Magdalena Álvarez y sus persistentes improvisaciones y chapuzas en las obras del AVE o en la red de Cercanías. Tampoco ha sido suficiente que uno de sus aliados más firmes, Convergencia i Unió, le haya retirado el apoyo de manera explícita. Zapatero, obcecado con mantener a Álvarez y defender su gestión, se ha enfrentado a una justísima reprobación parlamentaria que ha ganado por los pelos.

No importa tanto el hecho que Magdalena Álvarez haya salido políticamente viva de la cámara gracias al milagroso voto de dos tránsfugas –uno de ellos del PP–, como que, tras esta edificante experiencia parlamentaria, Zapatero se haya apropiado definitivamente del legado completo de su ministra. Si en lugar de insistir en la permanencia a ultranza de Magdalena Álvarez en el gabinete la hubiese cesado inmediatamente, el presidente hubiera, al menos, salvado la poca ropa seca que queda en el ministerio. Pero, contra todo pronóstico, ha preferido quemarse a lo bonzo en el Congreso uniendo de este modo su destino al de los fracasos e ineptitudes de la ministra.

Esta elección personal, meditada y racional como cabe suponer en un presidente de Gobierno, muestra de un modo inequívoco hasta que punto Zapatero y sus ministros son una misma cosa, es decir, llevándolo al terreno de los hechos, que el responsable del caos ferroviario en Barcelona no es Álvarez sino Zapatero, que lo asume como propio al defender a capa y espada a la primera.

Los ciudadanos, y no sólo los de Cataluña, pues a lo largo de estos tres años y medio todos los españoles la hemos sufrido en mayor o menor medida, deberían tomar nota y pasar la factura a un Gobierno que pedirá nuestra aprobación o desaprobación el próximo mes de marzo. Y no es sólo Zapatero el que ha apostado firmemente y sin fisuras por la continuidad de Magdalena Álvarez al frente de Fomento. El PSOE, ese partido que pretende seguir gobernando otros cuatro años, ha mostrado una resistencia numantina primero a la dimisión y luego al cese de la ministra. Desde la curiosa solidaridad que Montilla decía sentir por Álvarez para no pedir abiertamente su cese, hasta el indigno argumento ofrecido por Carme Chacon –que justificó el comportamiento de la ministra apelando a su origen andaluz–, todo han sido parabienes para la titular de Fomento. Algo inconcebible e inexplicable porque, por culpa directa de este ministerio, los barceloneses han padecido dos meses seguidos de interrupción en el servicio de Cercanías. Lo nunca visto.

A partir de ahora las explicaciones habrá que dejar de pedírselas a Magdalena Álvarez. Zapatero, transmutado en su patrono y abogado defensor, es quien debería recibir las quejas y ser objeto de las demandas de los ciudadanos. Él y sólo él es ahora el responsable de todo el desbarajuste de Fomento y él y sólo él es quien debería pagarlo.

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