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EDITORIAL

Morales aprieta de nuevo

El problema para Morales radica ahora en hacer lo que está haciendo -la ideología manda-, evitando al tiempo que las vilipendiadas multinacionales se larguen de su país

El doble lenguaje de la izquierda revolucionaria de siempre tuvo ayer un sonado episodio en dos actos: uno en La Paz, capital de Bolivia, y otro en Estrasburgo, sede del Parlamento Europeo. Mientras en la primera el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, daba un ultimátum de tres días a dos entidades de crédito para entregar "a título gratuito" sus acciones en las petroleras nacionalizadas, en la segunda Morales buscaba tranquilizar a los europeos haciendo malabarismos dignos de un trilero.

Espectáculos como este son ya tristemente habituales, y constituyen el primero de los síntomas externos de la ola de demagogia y populismo que está devastando buena parte de América Latina. El culebrón del gas boliviano, que ha dejado en la estacada y, en cierto modo, boquiabiertas, a un gran número de multinacionales, no ha hecho más que comenzar. Por de pronto, las inversiones de casi una década se han ido por el desagüe y la perspectiva de hacer negocio en el futuro es bastante sombría. Lo de ayer no es más que una nueva vuelta de tuerca. Con esta última, el régimen socialista que está fundando Morales en el país andino se apropia por las bravas de un suculento capital financiero que, naturalmente, no le pertenece.

A fin de cuentas el movimiento al socialismo –nombre del partido de Morales– es esto mismo, por si a alguien le quedaba alguna duda. A la pleistocénica izquierda europea, tan fascinada como de costumbre con los totalitarismos tropicales, parece que no. Ayer aplaudió entusiasmada el discurso del líder cocalero como si fuese la encarnación misma de sus ya marchitos sueños de juventud.

El problema para Morales radica ahora en hacer lo que está haciendo –la ideología manda–, evitando al tiempo que las vilipendiadas multinacionales se larguen de su país. Bolivia carece de la capacidad tecnológica y del capital humano para explotar sus ricos yacimientos de gas. Eso quiere que lo pongan las compañías como Repsol-YPF, Total o BP. Y que, además, lo hagan sin rechistar y del modo y manera que el régimen considere oportuno. Por decirlo brevemente, aborrece a las empresas capitalistas pero las necesita para que el gas pueda mantenerle en el poder todo el tiempo posible. Hace tres décadas hubiese recurrido a la Unión Soviética, hoy, huérfano del padrino socialista, no le queda más remedio que echar mano de su enemigo.

Este es el origen del alambicado doble discurso que le es tan caro. En el negocio de los hidrocarburos dice querer "socios" y no "dueños" de los yacimientos. En el de los fondos de pensiones del BBVA y Zurich ha hilado más fino asegurando que nada cambia, que se trata simplemente de un cambio de gestión de los mismos. Se trata, obviamente, de un ardid nada original, como casi todo en el paleosocialismo de inspiración chavista que Morales está ensayando en Bolivia.

La Unión Europea debería tomarse en serio el desafío. No lleva ni seis meses como presidente y está cumpliendo su programa al milímetro, y cualquier persona medianamente informada sabe en que consiste éste último: en llevar a Bolivia por el camino del socialismo, es decir, de la expropiación sistemática y el culto al Estado, con todas las miserias que de ello se derivan. En este aspecto nadie puede llevarse a engaño. Los inversores extranjeros, que se juegan su propio dinero y no el extraído a los ciudadanos vía impuestos, empiezan a percatarse de la jugada. La petrolera francesa Total, por ejemplo, ha advertido al Gobierno boliviano de que no aceptará cualquier condición. Quizá sea este el primero, de seguir así las cosas serán muchos más.

En España tenemos ya dos grandes damnificados: Repsol-YPF y BBVA, que invirtieron en el pasado pensando que el marco jurídico era estable. No ha sido así, y, para colmo, tienen que soportar como su Gobierno vive una luna de miel con el que las ha cambiado a capricho. Los amigos de Zapatero, amén de poco amigos de la democracia y la libertad, están empezando a salir ciertamente caros.

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