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EDITORIAL

Muere Suárez; su legado agoniza

Nuestras instituciones aún tienen herramientas para salvaguardar la soberanía nacional y hacer cumplir la ley y la Constitución.

Nuestras instituciones aún tienen herramientas para salvaguardar la soberanía nacional y hacer cumplir la ley y la Constitución.

El expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez, falleció este domingo a la edad de 81 años, tras agravarse la enfermedad neurológica que sufría desde 2003, como consecuencia de una neumonía reciente. Su hijo, Adolfo Suárez Illana, anunciaba este viernes que el desenlace sería "inminente".

No por anunciada, la muerte de Suárez ha dejado de tener un enorme impacto en la sociedad española. Acorde con su "gigantesca figura", como destaca Luis Herrero. Y es que, como Herrero, quienes le conocían bien destacan de él su ambición: "Para los políticos de aquella época la ambición era algo legítimo y era algo noble, porque se quería el poder no por el hecho de estar en el poder, sino como la herramienta para hacer cosas, y Adolfo Suárez siempre fue un político capaz de hacer cosas, de hacer cosas que redundasen en el interés general, en el bien común. Y por eso fue el hombre que después de haber hecho la transición, tuvo la gallardía de dimitir, cuando se dio cuenta de que ya no era útil para lo que él pensaba que era su tarea política".

Esta semblanza, de una de las personas que mejor le conoció, da idea de las enormes diferencias que encontramos entre la figura de Suárez y la clase política actual. Por eso chirría tanto escuchar a los dirigentes políticos actuales arrogarse como propia la figura política de Adolfo Suárez. Conviene recordar a la izquierda la despiadada oposición del PSOE, que rebasó todos los límites, basada en una campaña difamatoria que resumen bien la expresión de Alfonso Guerra para referirse a Suárez: "Tahúr del Mississipi". Y a la derecha todas las traiciones, deslealtades, puñaladas e intrigas que padeció Suárez de los que se suponía que eran los suyos.

El expresidente tendrá una despedida con los honores oficiales que, sin duda merece. Pero no deja de ser paradójico, como destaca Federico Jiménez Losantos, que "vayan a celebrar sus exequias los enterradores de lo que, más allá de cualquier valoración, es su legado: el régimen constitucional del 78". Desde el punto de vista político la muerte de Suárez está cargada de simbolismo. Así lo resume Jiménez Losantos:

Todo en la muerte de Suárez está resultando tenebrosamente metafórico. Para empezar, nunca una "muerte inminente" como la anunciada por su hijo ha sido menos inminente o simplemente rápida. Para continuar, a todos los efectos, Suárez había dejado de existir entre el último año de Aznar y el primero de Zapatero, el inaugurado con la masacre impune del 11M. Y para terminar, elrégimen constitucional de 1978, del que fue actor esencial, está muerto precisamente desde ese año 2004 en que su mente se eclipsó definitivamente. Por eso, el acabamiento de Suárez no es sólo el del final de una época sino el del final de su gran éxito, el del régimen democrático que, después de una Transición que hoy se antoja milagrosa, ayudó a traer a España. Suárez ha muerto cuando hace tiempo que murieron su talento y su obra política.

Como todo político, Suárez tiene sus luces y sus sombras y hoy casi 40 años de que fuese nombrado los españoles deberíamos disfrutar y celebrar su legado. Fue el impulsor de un régimen constitucional, aún vigente en lo formal, que con todos los defectos que con el paso del tiempo se han podido comprobar, se fundamentaba en la soberanía nacional de la que emanaba la Constitución y la ley. De facto, hoy, ese régimen constitucional agoniza. La soberanía nacional está a punto de ser definitivamente despedazada y hace tiempo ya que la Constitución y la ley son papel mojado para los separatistas. Sería injusto achacarle a Suárez el disparatado diseño autonómico, cuando los grandes responsables de la gigantesca crisis nacional que padecemos están ahora en las instituciones, desde la Jefatura del Estado hasta el Gobierno y los partidos políticos.

En estos días veremos exhibiciones de dolor impostado y muchas lágrimas de cocodrilo de los políticos. Pero si de verdad se quiere honrar el legado de Adolfo Suárez, hay que derrotar, de una vez, a quienes están a punto de destruirlo. Nuestras instituciones aún tienen herramientas para salvaguardar la soberanía nacional y hacer cumplir la ley y la Constitución. Sólo falta la voluntad y la ambición para enfrentarse a los problemas. Justo lo que tenía Suárez.

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