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EDITORIAL

Napoleón Chirac y Otto von Schroeder

Guste o no, EEUU es la única potencia capaz de liderar la política internacional. Hoy por hoy, es completamente ilusorio pretender que puede rivalizarse con o prescindir de los EEUU para garantizar la seguridad internacional y un orden mundial pacífico. Y, aunque es evidente que la hegemonía política y económica han reportado a EEUU grandes ventajas, lo cierto es que la política norteamericana se ha caracterizado, sobre todo durante y después de la segunda Guerra Mundial, por la defensa de la libertad y de la democracia en el mundo, aunque sólo fuera para contrarrestar a la ex Unión Soviética. Y para ello, los norteamericanos han sacrificado muchas vidas y han gastado ingentes recursos.

El terrorismo internacional es al siglo XXI lo que fueron los totalitarismos nazi y soviético en el siglo XX o la amenaza turca durante los siglos XVI y XVII, de la que España salvó a Europa ante la hostilidad y la incomprensión de Francia e Inglaterra. Y EEUU, como la potencia hegemónica del mundo, ha asumido la responsabilidad de liderar la lucha contra esta nueva y, al mismo tiempo, antigua lacra. Nadie puede discutir hoy que, tras la caída de Sadam Husein, el mundo es un lugar un poco más seguro. Y aun a pesar de que las fuerzas de la Coalición están tardando más de lo previsto en imponer el orden y desarmar a los restos del criminal régimen de Sadam, coaligados con Al Qaeda, lo cierto es que la gran mayoría de los iraquíes ha ganado en libertad y, por primera vez, empiezan a ver con esperanza el futuro de su país.

Por desgracia, Chirac y Schroeder, arquetipos de esa envidia y mezquindad hacia el poderoso por el sólo hecho de serlo, han hecho y siguen haciendo todo lo posible por frustrar la iniciativa de EEUU y sus aliados para combatir el terrorismo allí donde se cobija y se financia. Y confiados en que la potencia democrática y civilizada que salvó a Francia y a Alemania de sí mismas nunca les pasará factura por sus intrigas, ahora, jugando a ser Napoleón o Bismarck respectivamente, pretenden privar a EEUU de la presencia en la administración y reconstrucción del Irak post-Sadam, exigiendo que las “tropas de ocupación” abandonen el país en cuestión de unos pocos meses. Poco cabe decir de lo descabellado de esta idea. Tan sólo recordar que en Alemania, tras la segunda Guerra Mundial, fueron necesarios casi cuatro años de administración británica y norteamericana hasta que los alemanes pudieron tener un gobierno democrático propio. Y que Bush es el primer interesado en abandonar cuanto antes Irak, pues los costes de la reconstrucción y del despliegue militar están provocando un auténtico agujero en las finanzas públicas estadounidenses.

Abandonar “cuanto antes” Irak, cuando todavía campan por sus respetos los sicarios de Sadam esperando la oportunidad de reinstaurarlo en el poder, equivaldría a dejar sumido el país en la barbarie de una guerra civil; convertirlo, esta vez sí, en otro Líbano donde los principales beneficiarios serían precisamente los terroristas de toda laya y desestabilizar definitivamente la región políticamente más inestable del mundo. Pensar que Francia, con Alemania de comparsa, podría, a través de la ONU, sustituir con ventaja a EEUU en la administración provisional de Irak sería tanto como creer que la constante presencia de Francia en el África francófona –sin autorización de Naciones Unidas– ha representado, en sacrificio sus propios intereses, un papel fundamental en la pacificación, la democratización y el progreso de estos países. A la vista están los resultados, y no es necesario citar ejemplos.

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