El discurso de Nochebuena de Su Majestad el Rey entró dentro de lo previsible. Por eso fue un mal discurso. Vivimos momentos extraordinarios, en los que paradójicamente los discursos vacíos resuenan con especial intensidad. El del Rey, además, chirrió (por no hablar de la campechana puesta en escena).
No es de recibo que el Jefe del Estado y, en términos simbólicos, la encarnación de la Nación no se dignara o, casi peor, no se atreviera a aludir al gravísimo desafío secesionista que ha planteado el desleal presidente de la autonomía catalana, que para más inri afrentó a Su Majestad y, por elevación, a España la semana pasada con motivo de su toma de posesión.
No se refirió a tan crucial cuestión el Rey, que aun así se permitió apelar a la "política con mayúsculas" y señalar el "desapego" creciente de la ciudadanía para con las instituciones. Del dicho hay que ir al hecho. Y mal se puede ir si el dicho empieza por no decir. Eso no es hacer "política con mayúsculas" sino cebar la altisonancia y la palabrería, lo cual no hace sino agravar el referido "desapego" ciudadano.
"No todo es economía", dijo también Don Juan Carlos. Desde luego. Tiene toda la razón Su Majestad. De hecho, la crisis económica no es causa sino consecuencia de la más amplia crisis, eminentemente nacional, que padecemos. Por eso no son de recibo omisiones como la que comentamos. Por eso conviene recordar qué clase de ataques y desprecios han venido sufriendo quienes, desde mucho antes de que estallara la crisis económica, denunciaban el calamitoso estado institucional, cultural, cívico de la Nación. Y el desamparo o el acoso al que han sido sometidos desde las instituciones, incluidas las más altas.
El Rey, en definitiva, no estuvo a la altura en Nochebuena, como se encargó de destacar Rosa Díez. Lo malo es que no es ninguna novedad, y esto es especialmente preocupante porque el Rey, como recordó igualmente la líder de UPyD, "no puede estar de adorno".