La detención del considerado como número uno de ETA, Javier López Peña "Thierry", junto a otros integrantes de la banda terrorista como Jon Salaberría es motivo de alegría y felicitación tanto a la Guardia Civil como a la Gendarmería francesa. Resulta especialmente satisfactorio comprobar una vez el excelente funcionamiento de la colaboración con el país vecino, antaño santuario de etarras pero que, desde la etapa en que Nicolas Sarkozy ocupó el Ministerio del Interior, ha puesto la lucha antiterrorista entre sus prioridades.
Tiene razón Rubalcaba al indicar que este es un "golpe importante a ETA, pero no el definitivo". Los éxitos no pueden hacernos bajar la guardia y confiamos en que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no lo harán.
Sin embargo, no podemos dejar de notar con preocupación que varios de los detenidos estuvieron antes en la infame mesa de negociación que el Gobierno de Zapatero abrió con la banda. No le falta razón Rosa Díez al recordar que hay otros negociadores sueltos y que, por tanto, "alguna idea de por dónde andan probablemente tenga el Gobierno" o, al menos, la tuvo en su día. Hubiera sido entonces un buen momento para detener no sólo a estos terroristas, sino también a otros notables de la banda. Pero se ve que no estábamos entonces en "fase de confrontación".
Para que nuestra dicha fuera completa, el PSOE debería dejarse de falsas mociones éticas y hacer lo único éticamente admisible: presentar mociones de censura contra los alcaldes de ANV. No basta con que los etarras de la pistola estén en la cárcel; los legalizados por Zapatero deben abandonar los ayuntamientos. Y si el PNV no se muestra dispuesto a colaborar, deberían ser disueltos. Por algo mucho menos grave se hizo con el de Marbella.
